Paso esta tarde de solaz en
compañía de Manolo. Palomita de gallo canto, Reír, reír, cuando empezar el día
es subir otro peldaño. A veces me sorprendo deletreando nenúfar, libélula,
reverbera, sasafrás. Caigo en la cuenta de que estas palabras traviesas danzan
en la punta de la lengua porque las ha cosido ahí el zapatero remendón Manolo
García.
Paso esta tarde solazándome con
los bailoteos de don García sobre el escenario. Ay, si tú quisieras… mi corazón
es un tam tam. Una postal perdida en un
buzón que nadie abre.
Sé que lo he escrito antes porque
me recuerdo haciéndolo y porque lo pienso muchas veces. Hay personas que te
encogen el corazón y te hacen muy
pequeño. Hay otras en cambio que te hacen volar sobre las montañas y el mar,
abrazados a un mascarón de proa, remando con el único remo que has salvado del naufragio. Mar adentro. Sé
que lo he escrito antes, pero qué poeta es Manolo. Me pregunto cuándo las
gentes se darán cuenta del talento inmenso de este músico sencillo que viste
así, tan sencillo. Con esos calcetines de rayas. Y los de calaveras. Siempre
quise largarme, no estar aquí.
La última vez que le vi en
directo (y no en una pantalla, como en esta tarde impertinente de lluvia y
frío) no estaba en su mejor momento. Cosas de salud. Pero su voz. Ay, esa voz.
Y esa voluntad de hacer un trabajo bien hecho. Esa responsabilidad.
Hay personas a las que miras a
los ojos y te desasosiegan con la nada. Hay personas a las que miras a los ojos
y te dejan con la certidumbre del todo.
Y Manolo dice aguardar cartas que le dijesen cosas
bonitas, y la tarde se resuelve en noche y yo me pregunto cuándo y dónde,
Manolo. Cuándo se supone que podré verte otra vez. En directo. Sobre un
escenario. Y alejarme, y guardarme una
tarde de sol en el bolsillo, y bailar con la niña Candela. Dónde y cuándo.
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