Siguiendo con el amor...

Estos días estoy leyendo bastante sobre el amor... Leyendo, escuchando, viendo. En uno de esos programas horrendos (sí, sin embargo, lo vi), una mujer muy mayor acudió buscando a su amor de juventud. Un amor perdido como hay tantos. Contaba, envuelta en negros, perlas y mostrando una dentadura que a estas alturas tenía que ser postiza, cómo fue su noviazgo con ese hombre tan guapo, que iba y venía a su aldea gallega y nunca se quedaba. Siete, siete largos años en los que se vieron dos, tres veces cada 365 días, echen cuenta del número total. Él, con hechuras de héroe misterioso, nunca escribía la fecha en la que se apearía del tren para visitar a la hija del ferroviario. Ella, la hija del empleado de RENFE, pasaba las tardes espiando las bajadas de los pasajeros en el pequeño apeadero de la aldea verde. Había tardes en las que la fortuna le sonreía, pero en muchas otras, no. Como buena hija de su tiempo, nunca sucumbió a los avances del joven muchacho, aunque hubo más que palabras y que besos y que abrazos. Pero, claro, tanta negativa, tanta distancia, tanto enojo... Y aquéllo se fue destemplando. Las visitas del mozo se espaciaron aún más, la frialdad se instaló entre ellos, y aunque la joven no faltaba un solo día a la cita en las vías; él no bajaba y ella languidecía. En esas estaban cuando una oportunidad de traslado hizo el resto. Padre e hija se fueron a otra estación lejana. Y ella nunca más volvió a verlo. Se marchó sin decirle que se iba y una no puede dejar de preguntarse si es que él volvió, y desde la ventanilla del tren, miró y miró y ya no la vio más.

Hace meses leí El tango de la Guardia Vieja, de Pérez-Reverte, una historia de amor, engaños, lealtad, encuentros y desencuentros entre Max y Mecha. Por supuesto que El tango es más. Un retrato de una época,de mujeres y hombres de cierta clase, de ambientes burgueses, aristócraticos y arrabales del Buenos Aires más arrabalero. Por supuesto. Pero también y por supuesto, es una historia de amor inolvidable. Los protagonistas no terminan juntos, no. Si acaso, pasan unas pocas horas, unas pocas semanas juntos en lo que es toda una vida. No se guardan ausencias, no dejan nada para después, tampoco. Sus citas son citas amorosas, en las que el deseo más turbio se une a una inexplicable traición. Su historia es como un libreto, cada uno tiene su papel e intentan no desviarse de éste. O hacerlo con la máxima elegancia. La vida los situó en dos orillas y el amor no pudo con la distancia.

Dame la mano, y paseemos...
Antonio Machado se enamoró de la muchachita Leonor, y se casó con ella. Cómo debió amarla. Cómo debió sufrir con su temprana muerte. Cuánto debió ideliazarla. Si hubiesen vivido juntos por largos años, la rutina de los días habría oscurecido el brillo de tanto amor. Pero la vida de Machado no fue fácil, y Leonor, la muchachita dulce, le dejó muy pronto, tan perfecta, tan joven, con un amor casi sin estrenar. En el cementerio soriano, Antonio le dice eternamente: Dame la mano y paseemos, y les ves con los ojos de la imaginación, cerca del Duero, en un mirador, en una ribera, junto a la alta ermita o a los restos del monasterio. Él, serio y callado, ella, delgada y de sonrisa triste, los dos, dejándose engañar por el deseo de seguir juntos.

Esperando la luna... y la ermita, al fondo, en lo alto
Bécquer lo dijo, El amor es un rayo de luna, un hechizo, un espejismo que corre río arriba hasta San Saturio. Inalcanzable, fugaz, hermoso en la distancia. El amor, si es duradero y feliz, amenaza con convertirse en rutina. El amor, si es breve y huidizo, se convierte en mito, en leyenda, en un anhelo vano que nos hace infelices.

Lo que no soporto es la mezquindad. La mezquindad del tiempo. La mezquindad de maneras con el otro. Cuando una pareja se habla, se trata con mezquindad, se me antoja algo insoportable. El amor se ha ido por el sumidero, pero también el cariño, el respeto, el recuerdo de lo que fue y ya no es.

Por eso los amores de novela no son los amores monótonos, ni duraderos. Los grandes amores siempre están envueltos en la imposibilidad de continuar juntos. Ah. Ese querer y no poder. Max y Mecha. La señora que aún buscaba a su amor perdido (aunque él ya no. No quiso verla). Antonio y Leonor. El rayo de luna.

San Polo, uno de los sitios en los que se inspiró Bécquer para El rayo de luna y El monte de las ánimas



****
Fotos de lugares de Soria, de la que escribe el blog.
****

Comentarios