Miradas

Se necesita mucho valor para mirar a los ojos y que no te tiemble el mentón. La cabeza tiende a inclinarse, no sabes dónde poner los pies, las manos se humedecen. Los ojos de la gente. Sólo los niños muy pequeños, o los desvergonzados, o los que viven en otro mundo,  o los enamorados... son capaces de mirar al otro sin pestañear, con la mirada brillante de la inocencia. Se precisa mucho valor para soportar la culpa, la historia íntima que se asoma a los ojos castaños del otro o de la otra. Más aún para aguantar que tus propios adentros sean vistos. Mucho valor para no agachar la cabeza, para no desviar la mirada, para no torcer el cuello a la derecha, a la izquierda, atrás, adelante, para que el otro, la otra, no lea en tus ojos la mentira, el engaño, la ficción. Mirar otros ojos puede hacer que caigas en la más absoluta indefensión. Azules lapilázuli, ocres y verdes, castaños y negros, grises. Mirar otros ojos es peligroso. A no ser que sean los de un niño. O que vivas en otro mundo. O que estés enamorado. O que no tengas vergüenza.

Pero cómo se van los ojos detrás de una mirada.




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