Los videoclips con churris y maromos

Tal vez hacerse mayor sea ésto, pero qué quieren. Últimamente estoy que me salgo del asombro. De aburrimiento. De tedio. Y es que los videoclips, esos cortometrajes que se pusieron de moda en los ochenta, cuando tenían hasta programación en la una y en la dos, y luego, en las cadenas privadas, que te hacían quedarte hasta dos y tres horas a cuadros con los ojos a chirivitas, siguen siendo iguales en este dosmil trece de mis dolores.
Sí.
Un cantante guapetón (es un decir. Un cantante que mira a la cámara cuál hombre Martini, el pelo engominado, la sonrisa de profidén, la caída de ojos de un jamesbond de pacotilla) que canta (es un decir. Que mueve la boca hasta que se le ve la campanilla, que gesticula y pone morritos mientras recuerda a su amor perdido/extraviado/encontrado) y, entre fotograma y fotograma, la churri (o las churris, que de todo hay, que hay quien no se conforma con una sino que tiene que tener tres o cuatro, hala, al retortero. Qué egoísmo, por favor). La churri. La churri que se acerca, le mira y le sonríe. Se moja los labios con una lengua picaruela y rosácea. Se acerca a él. La muchacha en cuestión está en casa, en la cocina, o en un camerino, o en un restaurante, o en una céntrica calle, o se desliza por el capó de un coche amarillo (deportivo, provocador y sexi. Un pelín hortera) y va comodísima, oye, con unos zapatos de quince a veinte centímetros de tacón, un vestido lencero (la combinación sedosa y fría de toda la vida) que se sube hacia arriba y deja que le veamos la ropa interior (lo de ropa es un eufemismo). Y de pronto, zas, ya no tiene puesto nada encima (hay veces que no llevan vestiditos, sino camisas de leñador a cuadros o blancas de ejecutivo).
Una no sale en sí del asombro, la camisa no le llega al cuerpo (y no es porque la lleve lencera), qué falta de originalidad, qué aburrimiento, mientras el artista tumba a la churri en el tocador del camerino y la hace suya entre lacas y horquillas. Los videoclips están demodé. Más vale que alguien haga algo que se salga de la rutina de los últimos cuarenta años, cuando un Richard Marx destrozado buscaba a Ángelica (o algo así, ya saben. Lo inglés y yo como que no), y corrían el uno y el otro, de la mano, y robaban una manzana y todas caían al suelo (¿este recurso no lo he visto yo en un anuncio de perfume de ahora mismito?). O cuando los rubios y cardados Whitesnake se preguntaban si eso era amor, mientras la morena cardada (qué manía con enredarse el pelo, por dios) huía como una posesa por las calles de una ciudad americana, envuelta en un vestidito blanco con flecos.



Y en ésto las féminas que gorjean son iguales. Se me viene a la mente el clip de una rubia que se deja acariciar por seis o siete maromos, con la piel brillante de sudor (es un decir, es un gel o crema que comercializan y da el pego) mientras ella le dice a él (el octavo en discordia) que es la última vez que la ve, que ahora va a ser independiente (con siete maromos, eso sí). Qué tedio, qué aburrimiento. Cantantes del mundo. Discográficas y gente de la música. No hagan más videoclips con churris y maromos (y si pasan de los cuarenta, mírenselo. No se puede ser un tío o una tía buenorros para los restos). Estrújense el cerebro y hagan algo original.Ya Paula Abdul lo hizo, por poner un ejemplo. Y Manolo García, lo entiende a la perfección. Créanme, no hay nada mejor que reírse de uno mismo con el otro. Genial.


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