Espiando

La puerta del cuarto de baño se ha quedado entreabierta y no quiero perder la oportunidad. Una mujer muy joven se arregla ante el espejo, acaba de salir de la ducha, el cuerpo envuelto en una toalla naranja melocotón, la melena oculta en el turbante blanco de otra toalla, más pequeña. La piel limpia, huele a jabón y a promesa, y la adivino tibia y del color del café con leche. Con mucha leche. 

A través de la puerta, la veo desembarazarse de la toalla que queda a sus pies, arrugada y mojada, triste. Del armario con espejo rescata un tarro de color chillón que huele a fresa silvestre, a un mes de verano, quizás a julio. Entreveo una pierna larguísima, un brazo delgado y una cintura breve. Es hermosa. Ya no la veo, se ha retirado un poco, debe estar vistiéndose. Ahora vuelve a aparecer, con unos pantalones cortos y una camiseta verde. Se acerca al espejo con unas pinzas y, sin compasión, quita de un tirón uno, dos, tres, cuatro... folículos capilares impertinentes que ya no se atreverán a desfigurar sus cejas. Abre de nuevo el armario y toma entre sus manos un nuevo frasco, esta vez, azul eléctrico. Con movimientos rápidos y precisos, extiende una capa más que generosa sobre la frente, la nariz, los altos pómulos, la barbilla joven. Es el turno del pelo, el momento que más me gusta. Lo peina con determinación, y mueve la cabeza adelante y atrás, ensayando gestos ante el espejo. El cuarto de baño, a estas alturas está lleno de cachivaches: toallas, cremas, perfumes, desodorantes, lacas, secador, planchas, cepillos de diferentes tamaños y grosores. Se mira. La miro. Ella no puede verme. Se mira y sonríe y asoma a su rostro la niña que fue, aún no se ha ido, no del todo. En los rasgos de esa mujer joven y hermosa, aún están las tardes de invierno y palomitas, los días de piscina y playa con colchoneta, tabla y castillo de arena. Antes de que termine de peinarse, dejo de espiarla. No me hace falta, sé lo que viene a continuación, adivino sus movimientos, sus giros, sus poses de perfil. Es aún muy joven aunque ella se empeñe en lo contrario. Qué osados y dramáticos somos cuando somos jóvenes. Tras una hora y media sale del cuarto de baño y está guapa. Ya lo estaba cuando salió de la ducha, con el pelo y el cuerpo limpios, oliendo a jabón. Ya lo estaba cuando jugaba a disfrazarse y a pintar y al parchís o a las cartas. Cuando hacía los deberes en la mesita del salón. Si la miro a sus ojos oscuros, lo veo. Cómo fue, cómo es, como será. Bella. 



Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Precioso y preciso texto, maría antonia. Hay personas cuya hermosura es para siempre. Besazos.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Mil gracias, querida Isabel. Un besote