Enigmas del vivir

De lejos parecen dos hermanas, vestidas de negro, las melenas largas, las imprescindibles gafas de sol. Eternas muchachitas, jóvenes, delgadas y etéreas. Enfundadas en sendos vaqueros, en parecidas blusas, con el mismo modelo de bolso en bandolera. De cerca se les nota que ya dejaron atrás los dieciocho, acaso los veintiocho y quizás los treinta. De cerca, ya no se asemejan tanto y uno, si se aproxima lo suficiente, observa los minúsculos detalles que las diferencian. Una tiene el pelo más liso, la otra un poco rizado. A una le gusta llevar un colgante con un reloj, a la otra un anillo con forma de calavera. Una es más alta que la otra, a una se le notan más las arrugas en el dorso de las manos, en los pliegues del cuello, ese chivato impertinente. Lo que nunca varía, sea verano o invierno, haga buena temperatura o el asfalto se convierta en un infierno desértico o polar, es el encuentro. 
El encuentro con las dos mujeres mosquearía de no estar uno convencido de que no las conoce de nada, de que no le persiguen, de que, simplemente, la ciudad es pequeña y ellas no hacen más que pasearla, como si su oficio y su pasión consistiera en caminar sin descanso, por las calles del centro, por los barrios aledaños, por las afueras. Andar, poner un pie detrás del otro y conversar bajito, sonriendo a ratos sin dejar de caminar. Un paseo con ritmo y sin pausa. Uno las ve alejarse y acercarse a la ciudad por las carreteras que la circunvalan, a veces las ve llegar a algún pueblo anejo a la capital, y no sabe si es que viven aquí o allá, si es que no tienen trabajo, si es que viven juntas y son pareja. No hay ni un solo detalle que lo revele, ni una caricia, ni un abrazo, sólo sus sonrisas y su caminar presuroso, como de alguien que tiene un destino, una meta, y tú piensas, ya está, es que viven aquí, cerca del río. Y al día siguiente, o al otro,  o al otro, las ves en la otra punta y piensas, ya está, es que trabajan por aquí. Y al otro día te las cruzas en la Plaza, o en un parque, o en una ruta cualquiera. Y ya no piensas en nada. Te has quedado perplejo.

Uno está tentado de inventarles un pasado y un presente oscuros, como las ropas que usan. Quizás una de ellas, (la más bajita, la que parece unos años más joven) vive presa de una pasión tormentosa hacia la mayor, que la controla, la domina y no deja que ella tenga otros amigos, otros paseos con alguien que no sea ella. Es tentador imaginar a una de las dos (quizás la que parece más mayor) planeando el asesinato de la otra, para librarse (por siempre jamás) de los celos, unos malditos celos enfermizos.

Será que uno tiene ganas de fabular y, por eso, sale a las calles preguntándose si hoy las verá, si un día, el siguiente, o al otro, o al otro, verá a una de ellas sola, sin compañía; o con otra persona o animal cualesquiera (un perro, un gato, un canario). Si es que están unidas por un hilo visible para ellas e invisible para los demás. Enigmas del vivir.

(La música, para darle un poco de ritmo a este día tan... ¡¡caluroso!!)

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