Cármenes

No hay nada más bello que un poema o un jardín cuidados con ternura. No importa que el jardín sea pequeño, no importa la longitud del verso. Importa quién lea la rima, quién te muestre la azucena, o el rosal silvestre, o las semillas de amapola. A veces, el mundo es tan mínimo como el pétalo de un narciso o la espora de un efímero diente de león. Cabe en el hueco de la mano de un niño, se cuela en el diente mellado de una niña o se esconde en el lazo rosa que adorna su melena. El mundo, lo verdadero. Tan breve, tan frágil, tan pasajero. La gota que se cimbrea en la rama del álamo, tras el chaparrón. 
La poesía. Una maceta de laurel oloroso, un tiesto de terracota en el que anida una enredadera, una higuera humilde que crece junto a una casa vieja. El jardín. Una palabra hermosa, como una libélula, un nenúfar, un carmen fresco, oculto en los adentros de una casa encalada. El mundo, lo que importa, no es más que una sonrisa que baila en tu boca. 

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