Sin ganas

Uno, a veces, se encuentra sin ganas. Sin ganas de entender nada ni a nadie, sin ganas de escuchar que el otro no tiene ganas. ¿Qué pretenderá con ello? ¿Hacerte partícipe de su propia desgana? 
Tedio. El tedio es uno de los sentimientos más terribles; casi que no hay nada peor que algo o alguien te aburra soberanamente. El odio frío es una herida en mitad del pecho, el tedio es una losa que acaba aplastando la ilusión, las ganas. Hacer o no, reír o no, viajar o no, salir a dar un paseo, leer una novela, ver una película, escribir, pensar, soñar que aún es posible. Pasar momentos agradables. La felicidad doméstica, la llamo. Ya no existe esa felicidad grandilocuente de obras inmortales, ni de cuentos infantiles. Eso quedó atrás, como los veinte años y la ingenuidad más absoluta. Pero conviene no perder la inocencia, no del todo. Conservar algo de pureza en la mirada. A medida que pasan los años, se hace más difícil. A medida que los días se amontonan, es más improbable. Pero, si no se puede mantener la ilusión, la inocencia, conviene no hacer perdérsela a los demás. Las ganas o las desganas, guárdatelas para ti. Tedio. Qué terrible es que alguien o algo te provoque tedio, aburrimiento infinito.

Acunemos a la niña, a esa niña inocente que un día fuimos, sin tedio, sin desgana. Con una pizca de ilusión.



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