Peculiares

La mayoría de las cosas que se me ocurren empiezan con la lectura de un libro. La mayoría de lo que me acontece, lo relaciono con alguna historia que he leído. Será porque así es la vida de un lector, no puedes desligar tu vida de la ficción. Vives como lees, y lees como vives. Estoy convencida. ¿Y qué pasa si no lees? Vives, sí. Pero de una manera más ... limitada, a no ser que seas Willy Fogg. Y aún así. Los grandes viajeros leen. 


Terminé El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares de Ramson Riggs (Noguer); el autor ha contado una historia a partir fotos antiguas y, sí, peculiares. Para unirlas entre sí, ha inventado un relato que, en ocasiones, me recordó al andén y escuela famosos de la saga de Harry Potter. Las fotos son inquietantes. Cada una de ellas merece una historia propia. 

Peculiares. La palabra se quedó, alborotando, en la imaginación. Todos somos peculiares, todos tenemos una peculiaridad. Hasta los más sosos, los más corrientes. Ésa es la suya, la de no tener rarezas. Y no me digan que eso no es peculiar, si estamos todos un poco locos en un mundo aún más loco. 





Una se va encontrando con tipos peculiares allá donde va. Un joven simplifica y resume El Lazarillo de Tormes a dos muchachas veinteañeras. Más que simplificación y resumen, es una versión políticamente correcta (típica del siglo XXI) de una gran obra literaria. Juzguen:

Puente Romano, ante la escultura del ciego y el lazarillo. Tres jóvenes. Miran. Uno, habla:
Lázaro venía de una familia tan pobre, que su madre, la buena mujer, tuvo que darlo en adopción al ciego, que lo acogió.

Si va a ser que la calabazada contra la testa del toro era una caricia un poco brusca, qué malpensados que somos. Y no, no lo vendió, ni se lo quitó de encima. Lo salvó. 

Ya les digo, peculiares somos todos. Quien no sea peculiar, que tire la primera piedra. Peculiares me parecen los argentinos que toman mate cerca de la Plaza Mayor, con sus termos y sus instrumentos color plata, estrechándolos contra el pecho. Yo debo parecerles peculiar a ellos, que los observo con un punto de fascinación. Esa fascinación tonta que emana de contemplar lo que nos es ajeno.

Pero para peculiar, la joven de uñas pintadas de bermellón. Está en un hospital y está embarazada. La señora que la acompaña se interesa por su salud. Ella explica y cuenta que la han puesto a dieta, pero que no, que piensa seguir comiendo bollos y chocolatinas industriales, a pesar de haber engordado cinco kilos en dos meses. Nada que objetar. Hay pulsiones que no se pueden controlar. Ella sabrá. Pero. 
¿Se lo habéis dicho ya a la nena?

No, es que tememos que se traumatice...
Pero ella no es tonta... 

(Nota de la que escribe. Ningún niño lo es. Por si ayuda: no confundir niñez con tontuna. La tontuna no tiene edad.)

¡Anda, que no es lista, ni nada! Me ve desnuda y me dice que estoy gorda y que por qué estoy siempre tan mala... Y ayer me preguntó si en la tripa está su hermano... 
¡Pues haberle dicho que sí!
No, porque no es el momento, le dije que no, que no. Pero anda, que no es lista. Como le digo que tenga cuidado con la tripa, y me ve vomitar... Pero a ver cómo se lo decimos, para que no se traumatice.

Peculiaridades, si quieren. Todos lo somos. Quien no lo sea, que levante la mano. A mí ni se ocurre alzarla.


De BSO una de mis peculiaridades. Que lo disfruten. 

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