Paparajotes




 (...)El fregadero es el lugar más apropiado y seguro para planear mentalmente una historia. El trabajo meramente mecánico ayuda al fluir de las ideas y resulta delicioso encontrarse hechas las tareas domésticas sin acordarse de que una las hizo. Recomiendo de forma particular la rutina de los trabajos caseros a todas aquellas personas que pretendan crear una obra literaria. Eso no incluye cocinar, pues en sí ya es una creación mucho más divertida que escribir (...)
Ágatha Christie. Los trabajos de Hércules. Nota preliminar.

 


            El amor no basta. Debería. Pero no.
Ahora soy una mujer que escribe para distraer el recuerdo y antes, una niña que jugaba entreteniendo las horas de una tensa espera. Escribo desde mi isla de la memoria, arrecife que las mareas de angustia atacan, islote rodeado de playa amarilla adonde llegan los despojos de mi madurez.
Amar no es suficiente. Lástima.
La otra noche volvía en autocar a la ciudad. Un momento antes, una pareja joven se despedía en la estación. Un momento después, el chico aupado en su moto, saludaba a su chica con un beso saltarín. No pude ver a la muchacha. Seguro se quedó mirándolo con mirada enamorada. Cuando somos mayores, el amor precisa de paredes y seguridades. De jóvenes, el amor es la habitación que nos cobija, el edredón de pluma que nos abriga, es nuestra historia; la única.
            Vivíamos en un pueblo de calles estrechas guarecidas de naranjos y limoneros. En el umbral de mi casa jugaba yo a ser cualquier cosa, tendera o mariposa. A ratos, trazaba un pati con forma de avión y las niñas de la calle saltábamos durante minutos de risa vertiginosa.
            Cuando era niña entretenía las horas de espera jugando a ser cualquier cosa, mariposa o tendera. Vendía jarras de agua a misteriosos clientes que no existían. Daba clases de geometría a niños que me replicaban con múltiples voces que eran una, la mía. A veces me reunía con las otras niñas y saltábamos a la comba o al pati. El resto del tiempo lo pasaba sola, con mis juegos de representación.
Las palabras vienen a mí mojadas, sobre los restos de mi naufragio. Mi madre hacía unos dulces que me sonaban a pájaros con desparpajo y a presagios de pájaros. La casa se llenaba del aroma sutil del limonero. Pero había algo más. Inquietud. Espera. Ansia de amor. Sorpresa.
Mi padre era un hombre tranquilo que me sonreía al pasar pero que no me hablaba. Algunos días me guiñaba un ojo y me daba unas hojas de naranjo para que las vendiera a mis clientes secretos en el umbral de la casa. O un trozo de yeso para dibujar el avión que sobrevolábamos las tardes de risas.
Caladas hasta los huesos llegan a mí aquellas palabras. Presagios de pájaros. Páparos con desparpajo. Me sonaba a música reidora el nombre de aquel postre. Paparajotes.
En aquel pueblo de estrechas callejuelas vivíamos mi padre, mi madre y yo. Mi madre tendía la ropa con la mirada baja y el pelo oscuro recogido en un moño. Mis padres apenas hablaban pero, a ratos, les sorprendía mirándose a los ojos. La vida transcurría entre presagios y pájaros.
Pero había alguien más. Aparecía y desaparecía. Era sorpresa, burbujeante espuma de cerveza. Traía regalos envueltos en celofán amarillo que se pegaba a las manos, pegajoso como miel. A mí me  fascinaban aquellos paquetes envueltos con tanto primor, más que los presentes que contenían. No recuerdo si eran muñecas o espejos o lazos de color. Se han desvanecido, harina blanca desparramada en agua salada.
            Yo le llamaba tío. Mi madre, Arturo. Mi padre no le hablaba.
            Cuando el tío llegaba, los minutos se iban en chisporroteos de aceite hirviendo. Nunca decía cuándo partiría. Yo lo sabía porque mi madre se hacía un moño y sus ojos permanecían bajos.
            Yo adivinaba su regreso si, al llegar a casa, descubría a mi madre en la cocina elaborando la masa de los paparajotes. Mezclaba todos los ingredientes mientras cantaba canciones que yo no comprendía. Dejaba reposar aquella masa espesa a temperatura ambiente, y en el ambiente se respiraba inquietud y sorpresa y ansia de amor y espera. Muchas horas faltaban aún. Ella las pasaba lavándose el pelo y pintándose los labios delante del espejo. Yo me distraía vendiendo vasos de agua a secretos clientes con los sentidos alerta. Si mi padre llegaba entonces, no decía nada y se iba, callado, a la taberna.
            Las hojas del limonero aguardaban en la encimera. Yo era la encargada de lavarlas y secarlas con cuidado, para que no se rompieran. Mi madre entretanto, suelta la melena y los labios pintados de rojo provocador, batía las claras y decía cosas que yo no entendía. El tío entraba en la cocina, cogía a mi madre por la cintura y la besaba en la nuca. Ella reía y musitaba su nombre. Yo no existía para ellos en aquel instante. Les miraba fascinada e intuía que aquello no estaba del todo bien.
            Más tarde, las salpicaduras del aceite oscuro al freír aquellos buñuelos. Y el sabor dulce y ácido. Y las miradas cómplices. Y los ojos de mi padre, callados.
            El amor no es suficiente. Debería. Pero no. Aunque lo lavemos con cuidado para quitarle las impurezas. Aun cuando lo sequemos con un paño de algodón suave para no arañar la ilusión.
            Fueron años de pájaros. Y de presagios. Desapareció sin avisar. Y los paparajotes nunca volvieron a freírse en la cocina de mi casa.
            Supe la verdad mucho tiempo después. No pude quejarme. En aquel pueblo vivíamos mi madre, mi padre y yo. Pero había alguien más. Alguien que iba y venía como las mareas de mi angustia. Si él no hubiese aparecido, yo no estaría en este mundo de desasosiegos. Lástima que el amor no fuese suficiente. El de mi madre por él. El de mi padre por mi madre. El mío.
            Escribo para despistar el dolor, escollo en medio del mar que se agazapa en la bruma de los días cotidianos. En medio de la inquietud y la espera. Con la sorpresa intacta y un ansia de amor que no se agota.          

     
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La foto es de Rosa Tovar, la he tomado prestada de su blog La cocina de Rosa Tovar. En uno de sus libros descubrí estos paparajotes, nombre precioso que me trae siempre a la imaginación pájaros, presagios, desparpajo... El video, contado por un niño, me parece que adereza bien el relato, la receta... A este texto le tengo especial cariño, es de hace varios años. Espero que les guste. 
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