Orgullo y prejuicio

Se había convertido en una maestra de la simulación. No te veo, porque no te miro. No sé que estás ahí, apenas a dos butacas de distancia porque tozuda y perseverante, no levanto la vista del libro. Que las palabras las sepa de memoria, no tienes por qué saberlo. Ni siquiera conoces qué estoy leyendo, en mi ereader la novela disimula casi mejor que yo. 

Se había transformado en un doctor del engaño. No está aquí porque no abro los ojos, prefiero escuchar la misma canción una y otra vez. No viaja conmigo, en el mismo tren, porque no quiero ver sus ojos ni intentar descubrir si ese rictus es una sonrisa o una mueca de desagrado. No quiero verla y no la veo. Ella no sabe que la canción se me ha quedado prendida en el alma y es una obsesión que no puedo arrancarme de encima. A ella, sí. A la canción, no. 

Habían quedado un par de veces en la ciudad. A los dos les gustaba callejear sin rumbo, el café con leche, la música de otro tiempo, el cambio de color en las fachadas de arenisca. A los dos les gustaba su independencia, acostarse acompañados y levantarse solos, prepararse un desayuno sin reproches con Ella Fitzgerald o Cocker. Tenían un sentido del humor parecido, y ahí, en la ironía, les gustaba parapetarse para no exponerse demasiado. Estaban bien como estaban. Resumiéndolo en una canción: yo no quiero un amor civilizado y todo lo demás. 

Por eso no habían vuelto a llamarse. La primera vez, cuando la cita concertada por una amiga común y lejana, se concretó, quedaron asombrados. Te conozco, dijo ella. Te conozco, aseveró él. Viajas todos los días en el mismo tren que yo, comunicó él. Subes al tren en el que voy a trabajar, replicó ella. Quedaron encantados. Ella era guapa, morena, aún joven, un poco esbelta. Él era más rubio, más alto, algo mayor, llevaba camisas de cuadros y barba. Se gustaron. 

La segunda vez se llamaron al mismo tiempo. Ella con el teléfono y él con la imaginación. Quedaron en una cafetería de la Plaza. En el bar, todos los camareros pensaron que eran pareja. Ellos se miraban muy de cerca, casi como si se conocieran de siempre. Esa noche no estuvieron solos pero, fieles a sus costumbres, cada uno despertó en su propia cama. 


Lo que sucedió después fue lógico. Expertos en vivir solos, tuvieron miedo, con una pizca de orgullo, con algo de prejuicio. Yo no quiero que vuelvas del mercado con ganas de llorar. Y a partir de entonces, cada mañana, simulaban no verse en el tren, engañándose a ellos mismos, escuchando la misma canción una y otra vez, yo no quiero vecinas con puchero ni cumpleaños feliz, recitando de memoria las mismas palabras. 

Pero ese lunes por la mañana, todo fue distinto. 

Ella había fingido leer, mientras espiaba las manos de él, sentado en la fila paralela de butacas. Él había simulado dormir, escuchando una vez más las razones de su distanciamiento. Yo no quiero, etcétera, etcétera, etcétera. Una y otro se levantaron cuando la voz enlatada anunció la parada en dos idiomas. Frente a la puerta, uno y otra pulsaron una y otra y otra vez aquella puerta del tren que se negaba a abrirse. Ella, nerviosa, le propuso que tiraran del freno. Él, nervioso, tomó su mano entre las suyas y se la llevó a los labios. 

Avisaron al revisor, pero no dejaron que solventara la situación. No llame a su compañero, le dijo él, visiblemente conmovido. Ya nos arreglaremos. No hay problema, no se preocupe, le aseguró ella, conmocionada. 

Sucedieron algunas cosas:
ese lunes no fueron a trabajar, 
ese lunes ella  dejó aparcado Orgullo y prejuicio,
ese lunes él dejó de escuchar Contigo,
ese martes no despertaron solos.

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Con un día de retraso, un pequeño homenaje a Orgullo y prejuicio, y a su autora, Jane Austen, por su 200 aniversario.
Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.
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Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Precioso homenaje a Jane Austen, mi escritora favorita, y a su maravillosa "Orgullo y prejuicio", la novela que más me gusta de todas las suyas. ¡Cuántos prejuicios y cuanto orgullo nos llevan a diario a perdernos aquello que podría hacernos más felices o mejores! Me ha encantado este desencuentro/encuentro de dos almas que, finalmente, derriban las barreras para arriesgarse a vivir. Besos, querida amiga.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Sé que compartimos este gusto por Austen. Gracias, querida amiga. Un beso.