El principio es cada día

Hay quien dice que el fin del mundo está cerca.
Pero convendría no olvidar que el principio es cada día
Instantes.
Llenar los momentos con liviandad..
Manolo García.

Cada día es un nuevo principio
Una muchacha se recoge el pelo en el autobús. Es un gesto tan cotidiano. Con tanta poesía. Lisa y rubia, la melena queda sujeta en un ovillo y su dueña suspira de satisfacción y alivio ( casi no atrapa al autocar, casi parte sin ella). Luego, mira alrededor y observa a los viajeros: una mujer con gafas que duerme, el rostro cansado; un hombre que escribe en una Moleskine roja (qué romántico). La muchacha mira cómo llueve. Algo tan tan cotidiano, con tanta poesía. Suaves, dulces, sus manos abren una novela de edición barata, vieja, con las páginas amarillas (qué absurdamente romántico); pero no se trata de Salinas, ni de Kavafis. Es El largo adiós de Chandler (qué deliciosamente incongruente).

En la casa, alguien ha escrito con aerosol azul una frase de Casablanca. El mundo entero se derrumba y tú y yo nos enamoramos. Y dos iniciales. Unos vándalos. Deberían detenerlos. Hacer que lo limpiasen. Contarnos qué ha ocurrido, por qué se enamoraron. Cuándo y dónde. Si vieron la película juntos. Deberían castigarlos. Que escribiesen en servilletas de bar los episodios más interesantes de su relación. Que se comprometan a amarse un año entero. 

Me contaron que la cocina de una familia se decora con frases que alguno de sus miembros ha hecho mítica durante el año. Frase a frase, los azulejos narran la historia en común de los que se sientan a desayunar. Me acuerdo de la Biblia de los Ingells: ahí se anotaba cada nacimiento, cada acontecimiento importante. Cómo serán las frases que alicatan la cocina. Vamos Sombra Gris, demuéstranos lo que es la premura. Arrambla con lo que veas y generoso no seas. Si quieres, te hago un dibujo. Que me haga la tonta no quiere decir que lo sea. Agárrate los machos. Si hay que ir... Ay, señor no me lleves pronto.

Uno de los placeres que me consiento es el café de algunas mañanas, en una de mis cafeterías favoritas. Tomar un café y leer los periódicos en papel ( qué rematadamente romántico) e intentar que el pesimismo no me cerque. Pasar las hojas del diario es incómodo e insultantemente indolente: estoy leyendo, no me molestes. Qué rabia cuándo la cafetería en cuestión ha cerrado por vacaciones, un motivo más para odiar la Navidad. Qué bien cuando los estudiantes vuelven, y la camarera morena me pregunta si quiero el café de desayuno. Entra un hombre con sombrero y gabardina, seguro que quedó con Marlowe (que maravilla de coincidencia).

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Un lugar en la provincia de Salamanca. 
La foto es mía.
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