Uno tiende a olvidar...

Un alma de papel es lo que necesito
y espinas y malas hierbas que enciendan mi dormida carne.
A saltar los cerrojos que encarcelan el alma.
No acudir a citas en las que el corazón tenga que golpear desganado. 

Manolo García. Un alma de papel

Uno, tiende a olvidar los resortes del poder; la delicada cirugía de la dominación. Uno, tiende a olvidarlo. Ingenuo que es uno, cree que los afectos son genuinos; pero hete aquí que no hay nada gratuito. Ni una palmada en la espalda, ni un abrazo, ni una sonrisa. Todo tiene su justa contrapartida (el toma y daca de toda la vida).  No es nada personal; es el poder; sus dictados que son así. No es nada personal, sólo una manera de hacer las cosas. Una forma, delicada, quirúrgica, un modo hechicero de conseguir esto, o lo otro. Una palabra certera en el instante adecuado. Un elogio, en apariencia, cargado de razón (insensato, creíste que la razón sostenía esa alabanza). Nada es sincero; todo es por algo, por alguien, por alguna causa. Pueden ser motivos oscuros o prístinos, como la luz del alba. A fin de cuentas, si no los ves es que estás embelesado con el brillo de la loa. 

La mayoría de las veces los resortes del poder no se muestran; entonces estás a salvo, sumido en el limbo de la ignorancia. Pero, algunas las menos, (el que maneja los hilos suele ser cuidadoso) el muelle se rompe y te golpea en el rostro. Entonces, despiertas. Superado el aturdimiento inicial, caes en la cuenta. No debes olvidar el qué, el porqué y el cómo. Todo eso tiene un equilibrio difícil; supone hacer concesiones, halagos turbios, declaraciones con segundas y terceras intenciones, donde dije digo, digo ya veré, y a  otra cosa, mariposa. Cuando el muelle, el resorte,  se rompe, despiertas... y decides que sí. Que es personal. Casi nada no lo es.

(Creo que esta última frase me la he apropiado de La marca del meridiano de Lorenzo Silva. Es lo que tienen las buenas novelas. Que las haces tuyas. Como las buenas canciones.).


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