Practiquemos

Hay lecturas que se buscan, otras llegan por azar. Incluso hay algunas que leemos hoy y no mañana, simplemente por un impulso, una corazonada. Porque nos apetece este libro y no ese otro. Así me acaba de ocurrir con No llames a casa, de Carlos Zanón. La terminé el domingo, precisamente el Día contra la violencia (me gusta pensar que contra todo tipo de maltrato: infantil, masculino, femenino, animal, etc.). La novela de Zanón no aparece redonda hasta la última página, hasta la última palabra. Es entonces cuanto todas los capítulos, todos los zarandeos, los golpes, los sinsabores, las manipulaciones psicológicas se te vienen encima, como un puñetazo o un disparo certero que casi no duele, porque ya estás muerto. 
Porque un tipo que lleva traje y huele bien puede ser el monstruo que no aciertas a ver, distraida tu mirada en otros monstruos conocidos: aquellos a los que las drogas, la delincuencia, el pasado, la familia, la infancia que no fue tal, o las ansias de algo inconcreto (dinero, belleza, poder, deseo) los ha vuelto así. Un tipo normal, corriente, como todos, con las mismas preocupaciones, con los mismo anhelos, con las mismas tristezas prendidas en el alma un día cualquiera de noviembre. Como usted o como yo. Con un monstruo dentro, enorme, gigante, devastador.

Fan como soy de la novela negra, en la vida real me asusto casi por cualquier cosa (la oscuridad que no ha sido llamada, la soledad imprevista, una araña de mala pinta, una palabra dura, un rictus inesperado). Los malos que son de cánon me dan miedo, pero es un miedo que puedo gestionar. La maldad cotidiana, la que puede anegar a cualquier hombre, a cualquier mujer que no ha sabido parar a tiempo, esa me provoca más miedo. Me gusta creer que todos tenemos capacidad de detenernos (todos los que aún conservamos un resto de lucidez y sentimientos hacia el otro, eso que se llama empatía y a mí no me gusta porque la palabra se me asemeja a empacho. Dejémoslo en sentimientos como compasión, comprensión, afecto, amor, conexión, ponerse en el lugar del otro).

En relación con esto último hay algo que también me da miedo. Más que miedo, me provoca desaliento. La poca capacidad de ponerse en la piel ajena. No es cierto que alguien no entienda el dolor del otro si no ha pasado por la circunstancia concreta. Quizás no perciba la pena en todas sus dimensiones, no sea capaz de tocar las aristas, las complicaciones, los ángulos ocultos y las sombras del hecho en cuestión. Pero sí puede imaginar el dolor. O la alegría. Si no es así, si por más que expliques la situación el otro pone cara de no me entero de nada, pues no sé por qué te complicaste, es que no te dijeron, es que... no merece la pena seguir hablando más. Desaliento y miedo. Qué palabras más feas para este post que escribo despues de tanto tiempo. 

Dice Manolo García que la alegría es la forma que él tiene de reberlarse. Practiquemos, aunque sólo sea por unos minutos, esa rebeldía. Asegura el maestro que todos nos bajamos del mundo en un momento o en otro. Cuando leemos un libro, cuando escuchamos una canción que nos eleva más allá de las preocupaciones, desasosiegos, incompresiones y temor. Como ésta, quizás.


No llames a casa comienza así: La gente que olvida mal suele hacerse daño. Porque los que olvidan mal se dicen la verdad con mentiras, extravían nombres, esconden personas y lugares y acaban por recordar solo lo bueno. 
Sí. Zanón es bueno.

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Querida, me quedo con Manolo García. Esos monstruos ocultos también me asustan y me repelen... Tomo nota de la novela, desde luego. Un abrazo muy fuerte.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Isabel, y es que esos monstruos pasan inadvertidos... En fin, practiquemos la alegría como rebeldía, que es lo que acabo de hacer: acabo de pasar por tu blog. Un beso, querida.