Betibú


Recuerdo estos días la conversación que, una y otra vez, y en otro tiempo dolorosamente lejano manteníamos una compañera y la que escribe. Una compañera de esas que te acompañan en las duras, las maduras, y las de todos los colores. Con la que te cabreas y no importa, porque de algún modo, se solucionará. Compañera, compañía. Del alma. Pocas personas soportan llamarse compañeras sin adjetivar (del curro, de la facultad… hasta oí, hace poco, de la vida…). Me gusta el término compañera, compañero, a secas. Una compañera, un compañero. Más que un amigo; más que un aliado, un socio, un cofrade, un simple asociado. Aunque el diccionario de Word los sugiera como sinónimos. Prefiero la compañía, aunque esté lejana en el tiempo y haya distancia.

La conversación. Siempre que teníamos exámenes (sí, fuimos compañeras de Facultad, pero después compañeras a secas) nos decíamos: ya nos acordaremos de estos ratos que ahora nos parecen tan agobiantes, ya. Serán de los mejores momentos de nuestra vida.

No sé si ella sigue pensando eso, últimamente tiene poco tiempo para pensar en tontadas que no van a ninguna parte (frase suya ). Pero yo sí, yo sí pienso, en tontadas, en tonterías. Y no es porque el tiempo me sobre. Al menos no más que a otros, creo yo.
Cuando teníamos exámenes, o teníamos que entregar un trabajo que nos mantenía horas y horas pegadas a la mesa (casi sin ordenador, eran otros tiempos, ya lo dije), yo solía endulzarme los descansos con alguna lectura golosa. Esa media hora en la que me tumbaba en la cama para desconectar. Me iba entonces a otros siglos, a otros lugares, acompañaba (qué curioso, otra vez la compañía) a algún aventurero en una misión peligrosa, pero me gustaba, me evadía. Al fin y al cabo, sus riesgos no eran los míos, sus riesgos solo existían para mi disfrute. Algo parecido me ha ocurrido con Betibú. De Claudia Piñeiro.

Ahora, que ya no hay fecha final de entrega porque la entrega es circular y no lineal, ni progresiva. Ahora que los círculos se instalan en mi agenda, en mi ordenador, en el Tablet pero no en el calendario de la cocina. Ahora, todo es un poco más difícil (será que ya no soy tan joven). Porque ya sé que no hay plazos definitivos (excepto uno, que es innegociable). Que el mundo va tan deprisa que tienes que correr… no ya para avanzar, sino para no caer. (Bendita Mafalda. Si pudiese, también me bajaría). En uno de esos fines de semana en los que una tiene que trabajar porque va atrasada en la preparación de una presentación, de un curso, de un artículo… Los descansos fueron para Betibú, de Claudia Piñeiro.

Betibú es el segundo nombre de Nurit, uno de los vértices del triángulo de protagonistas. Esta novela, cómo no, va de compañeros y Nurit, Brena, y el pibe de Policiales, terminan siéndolo. O empiezan a serlo. Nurit  o Betibú ha escrito novela policíaca, pero ahora ha caído en el dique seco de la autoestima baja después de que la periodista cultural Karina Vives, escribiera una crítica feroz de su última novela… que, casualmente, iba de amor. Ahora, Nurit, separada y con hijos ya independizados (otros tiempos para esto de independizarse) es escritora fantasma; escribe libros de encargo para gente acaudalada y prepotente que considera que su vida es tan buena como para ser escrita. Betibú o Nurit es una mujer de rizos negros que a veces se pinta los labios de rojo ahora hace migas con el periodista Jaime Brena, el viejo y acabado periodista de Policiales que ha terminado en Sociedad escribiendo sobre encuestas de tanta importancia como averiguar por qué los hombres duermen de una postura y las mujeres de otra. Y con el pibe, el pibe que ocupa el puesto que antaño fue de Brena, ese pibe joven que todo lo busca en Google, en Twitter, en Facebook. El escenario es un country bonaerense, uno de esos lugares aislados de la ciudad, donde viven los poderosos, rodeados de vallas, cámaras… y donde la muerte campa a sus anchas, pues la indignidad, la infamia y la crueldad no entienden de cacheos ni de alarmas. Un country argentino como una de esas urbanizaciones españolas (las que rodean Madrid o Barcelona), con seguridad privada, engañosa naturaleza domesticada y lenguaje de castas.
Me ha gustado Betibú. Para uno de esos fines de semana en los que el cielo está gris, sopla un viento frío y casi no hay nada a lo que aferrarte. La compañía de estos tres solitarios (con la sombra de Karin Vives, otra solitaria en problemas) me arropó durante horas áridas. La promesa de ir con ellos en el remís, rumbo a la resolución del caso. La promesa de algo más entre Karin y el pibe de Policiales. Entre Betibú y… (tendrán que leerla). Si necesitan que les arropen (y quién no, con el frío que nos asola desde todos los frentes) ahí está Betibú. 

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