Mogarraz y sus gentes

Y unos y otros

Uno llega a Mogarraz, prevenido: sabe qué va a encontrar. Desde hace varios meses en las fachadas de las casas del pueblo se asoman los vecinos. Esto no tiene nada de particular, pueden pensar. Pues sí, en efecto. Si no fuese porque los que se asoman, junto a los balcones, puertas y ventanas, los que se dejan acariciar por enredaderas verdes o rojas, a los que se les adivina la profesión, el estado civil y la pena de amor... son vecinos de los años sesenta.
desde sus fachadas
nos observan



Hoy, en el siglo XXI, una nueva especie invade las calles del pueblo serrano. Somos los turistas. Armados de cámaras, móviles, tuiteamos lo que vemos, sacamos fotos a los rostros que se asoman desde los retratos de Maíllo. Vaya una especie. No dejamos de capturar en instantáneas a los militares, las señoritas solteras, los sacerdotes, las mozas de buen ver, los soldados de reemplazo, las viudas venerables, las madres y los padres de familia. Hasta las tías y los tíos a los que había que cuidar.  Uno tiene la pretensión (vana) de diferenciarse del resto. Pero no. Somos todos turistas, curiosos, visitantes. Visitamos las calles del pueblo, que son empinadas y rectas, o tortuosas, que tienen nombres con textura a lumbre de encina. Uno llega a Mogarraz avisado, pero nada puede advertirle de esas miradas, esos gestos, esas sonrisas apenas disimuladas, esos ojos tristes o aquéllos, que son traviesos y brillan. Todavía. No. De eso no hay quien pueda prevenirlo a uno. 

Los naturales de Mogarraz saben las historias, conocen a los que vivieron o, si no, indagan y reconstruyen lo acontecido. Allí vivía… ese era hijo… ese vino del extranjero… Los turistas no tenemos esa suerte o, quizás, tenemos otra muy distinta: imaginar lo que se esconde tras esa cara bonachona o esa faz turbia que seguro guarda un secreto. Hay algo de emocionante en dejarse llevar, sin llegar a conocer el alias de esa familia que puebla la fachada blanca de la esquina. Podemos llamarlos como queramos, inventarnos amores, tristezas, conjuras, celos, trabajos: adivinar y soñar. De vez en cuando, si el destino lo permite, y uno está en Mogarraz, descubrirá los ojos de la muchachita de la casa del bar en la señora que lo regenta. Y se quedará con la duda de si entonces… fue feliz. Porque eso, tendrá que inventárselo. 

desde sus rincones

Visiten Mogarraz y Retrata2/388 de Maíllo. No se los pierdan. Déjense llevar por la emoción de esos ojos detenidos en el tiempo. 


desde sus casas

detenidos en el tiempo

viviendo eternamente

para asombro de naturales y foráneos

que no cesan en su empeño de fotografiar los retratos

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