Tonta

Cincuenta años. La rubia tentación que vive arriba, la chica coqueta y acomplejada que no se pone gafas para que no la llamen cegata, la corista experimentada que es raptada por un vaquero bruto, puro como un copo de nieve. En Divinity, programaron un maratón de sus películas. Viéndolas, uno no tenía más remedio que encapricharse de los rizos de Marilyn, de sus aleteos de pestañas tan parecidos a los de Betty Boop, de su cadencia al andar, de sus vestidos ajustados y sus elegantes faldas de tubo, de sus pantalones capri, tan chic. Uno no puede dejar de observar cómo la actriz repite una y otra vez que es tonta. Es tonta porque se olvida de las llaves, porque no sabe abrir una botella de champán para bebérsela sola, en la bañera. Es tonta porque a los hombres le gustan así, sexis y tontas, lo dice, lo repite, soy torpe, tonta, distraída. Uno no puede dejar de sentir piedad por Norma Jean, que no es tonta, pero tiene que repetirlo en todas las películas. Tiene que demostrarlo, ya sea una mujer fatal en Niágara (siempre hace lo que quiero, le dice a su amante. Sin caer en la cuenta de que el marido la matará), ya sea una cantante casquivana al lado de la atractiva, sensata y con sentido común (por supuesto, morena) Jane Rusell: sé ser inteligente, pero a los hombres no les gusta, viene a decir esa mujer chiquitita, compacta, de gloriosas curvas y senos realzados con sujetadores de copas puntiagudas.

Marilyn.






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