Sin explicación aparente, III

De aquellos días dibujados en olores, no pasa uno sin que anhele el del primer beso. Era un olor azucarado y goloso, escurridizo y temblón. Sí. El primer beso se lo dieron en la calle, entre el tufo de la gasolina y el de plátano pasado; así que no es extraño el mareo que le sobreviene de pronto. El café está listo y huele... al combustible necesario para ponerse en marcha una mañana más, unas horas más. El cielo está limpio; llovió durante la noche y un viento barrendero borró cirros y cúmulos, así que las rutas migratorias aparecen señalizadas y las bandadas de aves vuelan en formación de punta de lanza: la capitana guiándolas, segura. Allá, en lo alto. 
Azúcar. Leche. Café. La mirada de Elvira deambula por la cocina y se pasea, de nuevo, sobre sus manos. Las manos. Son las que marcan, sin dudas ni reparos, el tiempo que pasó. Mejor que la piel opaca, mejor que las patas de gallo, mejor que el camino que se le formó (de un día para otro, con toda la alevosía posible y cierta) entre las cejas.  
Hoy no sale a la calle, hoy no tiene que ir a trabajar. De todas las cosas inexplicables que le han ocurrido, ésa es una. No acierta a saber cómo es que terminó trabajando en un puesto de verduras del mercado, donde las manos (esas benditas manos que imaginó le servirían para otras cosas: pintar, acariciar, peinar el pelo de una nena bien morena) escogen para la clientela (dispar y exigente, pensionistas y domésticas, señoras de barrio, señoras de más) el repollo prieto y la berenjena tersa (la quiero para hacerla al horno. Dámela buena, ¿eh? que la última vez... pero mujer, qué te pasa, ¡tienes una cara de ajo! Ja, ja. Aunque es apropiado, no te digo yo que no, es deprimente. Ea, échate un poco de sal antes de empezar, mujer, que eres sosa como no hay dos. Qué pelo tienes tan largo, ¿no? ¿No te lo tiñes? No es que yo quiera, a estas alturas, decirte o aconsejarte, pero las canas envejecen y el pelo tan largo, con esa melena tan desarreglada, más. Mujer, no me extraña que estés sola. Porque estás sola, ¿no? ¿O es que tienes marido y soy la última en enterarme?). De todo lo que hay en la vida de Elvira, y que no tiene explicación aparente, lo más irritante son las charlas de las desalmadas que van a comprar verduras por si pueden cotillear. Ella se sabe distinta e inexplicable, se sabe, y se rebela. 

Aunque la rebelión me sirve de poco; y deja la taza en la pileta, una taza blanca, de esas que ponen I LOVE NY.


Hay que ver, el viejo;¿cómo será eso de tener dos familias? Se lo pregunta; se lo pregunta y no sabe la respuesta, porque ella, tanto como deseó tener una, una sola, normal y aburrida, monótona y pueril, una; una compuesta por todo lo que tiene que tener una familia: tortilla de patata y sangría, partido de fútbol y sofá, paseo y helado, parque y columpio, sol de agosto y piscina, ella, no ha sido capaz de conseguírsela. Ni media. 

Hay que ver, el viejo. 

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Qué maestría tienes para crear personajes, mª antonia, tan reales, tan ciertos y tan poéticos incluso en sus faltas y miserias. Espero con ansiedad la continuación. Besos.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Querida amiga... Gracias por leer este Sin explicación... Para mí es un aliciente saber que lo sigues. Muchos besos.