Money, money

Abro el buzón soñando con encontrarme algo más que los folletos brillantes de las grandes/medianas/pequeñas superficies. Lo abro y deseo no hallar ninguna notificación oficial (qué miedo) ni, por supuesto, ninguna invitación indeseada. Entonces, ¿qué espero? Hace años (ni recuerdo cuántos) que escribimos correos electrónicos; nos enviamos guasap (sí ya sé que así no se pone, pero es que el inglés me falla) con un montón de emoticones para decirnos que ya no nos queremos; tuiteamos que estamos en un curso, en un congreso, en el curro, en el cine, en una obra de teatro, de vacaciones. ¿Y qué me dicen de los álbumes en Facebook? En la playa, en la comunión, en la boda, en la luna de miel, en la despedida de soltero/a, en la infidelidad, en la amistad exaltada, en la ruptura amistosa... Una ya no espera nada, o casi nada, del buzón típico de toda la vida.
Pero.
Ayer, una invitación personal. Ahí es nada. De una empresa innovadora. Toma ya. La empresa en cuestión trabaja/mercadea con artículos para/por/según/sin/sobre/tras/por el hogar. Ya me entienden. Tazas, platitos, loza, vaya. Ay, no. Vajilla esmaltada exclusiva. Se lo pueden imaginar. Pintadita, de esas que te puedes encontrar en cualquier almacén/bazar/tienda que se precie. Pero, oye. Que te regalan un foulard (léase, pañuelo de cuello) ideal para combinar con todos, todos, tus vestidos (¿cuántos tiene usted?). Y si vas con tu CÓNYUGE (así, en mayúscula) el doble de regalo. Y si invitas a un MATRIMONIO AMIGO (otra vez abusando de la letra capital) ellos se llevan los mismos, mismitos que los vuestros. Regalos. 

Hasta aquí ya nos hemos hecho todos una idea cabal de lo que ofrece esta empresa innovadora donde las haya. Los mismos métodos, los mismos perros y el mismo collar. Aún recuerdo esos viajes a Portugal tirados de precio en los que los viajeros incautos (era como el timo de la estampita) habían de pasar horas (y digo bien, horas) escuchando a la promotora de turno cantar y contar las excelencias de un montón de cosas que no necesitaban, acabando convencidos de que sí. De que cómo habían podido vivir toda su vida sin la cristalería tallada (como lo hacen en Murano, ¿lo han visto? espectacular) con sus iniciales. Por dios. ¿Y sin el mantel de algodón egipcio? Y, como obsequio, el guardamanteles taraceado, en exclusiva, para usted.

Pero es que. Siempre hay un pero. Y lo que viene después suele ser peor que lo que viene antes. La invitación personal exclusivísima, seguía. Si nos muestra un billete de 100 euros, sí, sólo por mostrárnoslo, le regalamos un juego de 3 salseras imprescindibles para completar la vajilla esmaltada a mano, (que esperamos que compre, y así, que nos pague con intereses el foulard, las salseras y todo lo demás. Lo de enseñar el parné es por ver si usted lo tiene. Vamos, que no tenemos tiempo para perder). 

Y es que... qué difícil encontrar a alguien con money en estos días. Hasta las empresas innovadoras tienen que pedirte que enseñes el billete. ¿Cómo lo harán? ¿Pedirán a los matrimonios (a los que supongo jubilados y con pensión, aunque sea ésta modesta) que los agiten sobre sus cabezas, cual banderines de feria? ¿O se acercarán al señor, a la señora, y le rogarán (con mucha educación, eso sí) que abra su cartera, que ya es hora de que le dé el aire?

En fin, una que es una ingenua. El mundo no deja de sorprenderme. Y mira que una cree que ya no tiene capacidad. De asombro. 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Casi, casi les tengo cariño. Son antiquísimas, y sus métodos los mismos. Nada cambia, algún día te contaré una anécdota mía -real como la vida misma-, que pasó en Valencia, primero y años despues -a lo mejor diez- en Roma, bajando por vía Cavour desde Santa María Maggiore, despues de estar buscando una iglesita, casi la única, realizada por Bernini. te reirás.
Besos. Rafa
María Antonia Moreno ha dicho que…
Querido Rafa, son como las campañas navideñas, ¡¡¡siempre vuelven y vuelven!!!! Aguardo la anécdota, que tiene pinta de ser muy divertida.
Un beso