Cuando un viaje es inesperado, obligatorio e ineludible, no hay más remedio que arrostrar y arrastrar inconvenientes, componer tu mejor sonrisa y prepararte para... lo mejor. De vez en cuando, descubres paisajes, miradas; un conversador al que escucharías durante horas... no por lo que sabe, sino por cómo relaciona un color, un aroma, una anécdota con el ahora. Qué difícil encontrar un conversador así.
Y escuchar la leyenda de amor de Inés de Castro y el infante Pedro. El amor y la muerte. Dejarte llevar por la música, por las encinas, por las nubes que dejas atrás o que te dejan adelantarlas; llegar a una ciudad desconocida y quedarte mirando a una muchacha vestida de rojo.
Comer una de las formas en las que el bacalao se ofrece. Caen las hojas, pero hace calor, qué paradoja. Y creer, soñar, querer... que nada se pierde, todo se transforma.
Un tiempo para la alegría. A pesar. De todo.
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