Lucerna

Quizás fueran así, las lucernas

A Claudia no le gustan las noches oscuras. Cuando la luna desaparece del cielo, engullida por alguna diosa celosa de su belleza, Claudia se remueve en el lecho, intranquila, pesarosa. Si el astro reluce pleno ella se siente dichosa, no sabría decir por qué. Ya pasó el tiempo de los ajetreos juveniles, por lo mismo, quedó muy atrás la época de los terrores infantiles. Transita ahora esa etapa indecisa y equívoca, en la que sólo queda esperar. Una visita de Cornelia y del pequeño Marco. Un día de sol. Una tarde de charla con alguna vecina, una regañina con la vieja Domitia. Nunca aprenderá a hacer el garum como se debe. Y siempre pierde de vista mi fíbula; tengo que desmontar la casa cada vez que quiero prenderme la túnica en condiciones. Desastre de fámula. Sonríe. Domitia es la compañera de sus días de viudedad. No sabría pasarse sin ella. Ante sus sabios consejos, la forma que tiene de desenredar sus cabellos y aliviar sus penas, que el garum se eche a perder o que su broche favorito nunca esté donde se le supone, no tiene la menor importancia. 
Menos mal que tiene su apreciada lucerna en el suelo, junto al lecho. La llama hace bailar sombras en la pared. La luz parece enrojecer las cosas, los vestidos. Y Claudia rememora. 
Unida al comerciante y viajero Cornelio, anhelaron un varón que no llegó nunca. En cambio, los dioses o el azar, regalaron a Claudia una hermosa luciérnaga con la que iluminar sus días. El esposo se volvió cada vez más distante, ausente, realizando viajes interminables que duraban meses y años. Cornelio emprendió una carrera contra el tiempo y se dedicó a buscar ánforas, monedas, joyas exquisitas... y mujeres ardientes, jóvenes y exóticas. Cuando llegó el mensajero con el recado de la muerte del esposo a mano de dos cacos, Claudia dudó de si la parca le había sorprendido en el camino o en el lecho, acompañado o solo. 
De cualquier modo, era mejor así. Viuda, podía recorrer las calles de Roma con Domitia, bajar al mercado, visitar a Cornelia y jugar con su nieto, Marco. La vida era más amable, más risueña. Más apacible. Igual de quieta. Siempre esperando, Claudia, siempre aguardando
Se crió en el campo. Qué lejos estaban aquellos días de trigales, pies descalzos y manos para acariciar   los hocicos húmedos y calientes de las bestias de carga, mientras miraba con fijeza sus ojos dulces. Imaginar cómo ser de mayor, cómo ser de feliz, cómo ser de osada. Mucho. Todo. Tanto. 
Esta noche, como otras, cavila. Sería tan fácil. La lucerna que ella se empeñaba en dejar encendida. El humo. Con seguridad, todo terminaría antes de que las llamas tocasen su cuerpo. Terminar con la espera. Pero quizás. Y si. Si se atreviese. 
Conserva algunos conocidos en el campo, volver no sería un problema. Y, luego, tomar fuerzas y unirse a una caravana de viajeros, quizás, emprender la búsqueda de objetos maravillosos que interrumpió su esposo cuando la parca se lo llevó. 
Decidida, se levanta y sale de la casa. Por el este empieza a verse un (aún débil) reflejo rojizo. Es la recatada Alba, que se está vistiendo de nuevo día. Regresa adentro y sopla la llama de la lucerna. Como la esperanza, la luz la encamina a unas nuevas horas. Las cavilaciones de la noche quedan atrás. Quizás. Y viajar, llegar a la costa y embarcar en uno de esos barcos, rumbo a un remoto rincón. Quizás.

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Foto de la que escribe el blog. Aunque no sea muy buena...
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Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Precioso, mª antonia, ese sueño en la vigilia de Claudia. Sí, es importante dar el paso: hacer realidad los sueños, no permitir que la vida pase sin que lo hayamos intentado siquiera. Es más fácil de lo que parece. Y más difícil. Un abrazo muy fuerte, querida amiga.
Anónimo ha dicho que…
María Antonia, ¡formidable¡; me ha emocionado un montón, precioso, de verdad no tengo palabras. Es un relato de premio. Felicidades. Besos. Rafa.
María Antonia ha dicho que…
Gracias querida. Y más, teniendo en cuenta que me he atrevido a ambientarlo en una época en la que tú eres especialista, tocando el tema de una mujer romana. Qué ilusión tu comentario. Sí, es verdad. Difícil y fácil. Un gran abrazo, amiga.
María Antonia Moreno ha dicho que…
Querido Rafa, no sé qué hice que borré tu comentario y he tenido que volverá escribirlo. ¡Con la ilusión que me ha hecho¡ Gracias por tu entusiasmo que no sabes cuánto me reconforta ycómo me anima en esta pasión que, como bien sabes, es una labor solitaria y dubitativa. Un gran abrazo y un montón de besos.