Instantáneas

Una mujer joven toma fotos de otra, en el parque. Son morenas. Las dos. Debe tratarse de un trabajo de fin de carrera, por las fechas y las poses. Ojalá no fuese eso. Ojalá esa joven que forma pompas de jabón sentada en la hierba lo hiciese porque sí, porque le apetece, sin presiones, ni plazos de entrega. De cualquier modo es hermoso, práctico y minimalista: el arco iris encerrado en una cápsula de agua y detergente. 

La enredadera se engalana con pequeños molinos de viento. Son de color crema y huelen a vainilla mojada. ¿Podría hacerse un helado de ese sabor? El rosal amarillo intenta competir (el sol se ha prendido de sus flores, con permiso de Neruda y el limón); pero no lo logra. No sé cómo se llama esta planta, ni quiero. Hay cosas y casos para la imaginación. ¿Qué tal molinos  de viento de juguete sobre un fondo verde deconstruido? No, demasiado chic y demasiado gastronómico. Dejémoslo así: una enredadera con pequeñas flores vainillas, mojadas por la gracia de un aspersor.

Más adelante dos lectoras ejercen sobre una delicada tela blanca. Una, boca abajo, las piernas balanceándose y entre las manos, un libro de poemas. La otra, la mirada al cielo, la escucha. Las rodean unas cuantas bolsas de marcas conocidas, del emporio de Ortega, para más señas. Pero ellas están ahí, gastando minutos en escuchar y leer poemas, sobre un lienzo blanco, la una mirando el verso en la página, la otra mirando el poema en el azul. 

La plaza parece una feria de electrodomésticos. Calculen, cinco pantallas planas en cada lateral, y todos, viendo ... qué va a ser. Lo de siempre. El escenario está mudo, no empezará la música hasta después de la retransmisión del juego del balompié. Huele a calamares fritos, a cerveza fría y a Loewe (esto último lo invento. A perfume caro, de esos que se venden en frascos pequeños y no se sabe bien si son veneno o elixir). 

Correr. Correr. Con la llegada del buen tiempo, las calles se llenan de corredores espontáneos. ¿Dónde se habían metido antes? ¿Han descubierto el ejercicio con la subida de las temperaturas? No tengo nada en contra de la gente que corre, pero me da un poco de fatiga ver a un señor, a una señora con sobrepeso corriendo, la lengua y el alma en la boca. ¿Por qué no empiezan caminando? ¿Saben si el corazón o la paciencia lo soportarán?


Una familia de turistas en un día turístico tópico y típico. La jovenzuela dice a los padres: Salamanca es una ciudad ocre. Me reprimo. Salamanca es rubia, dorada, de bronce. Miro la piedra. Yo no lo llamaría ocre. Pero, claro. El amor busca palabras que no hieran, que no sugieran ( nada feo. Si vivieras aquí la verías, en los atardeceres, suavizarse en rosa, encenderse en naranjas y en rojos. Ocre, dice. Ja. 

Los bancos del parque en sombra padecen de overbooking. Si fuese un vuelo de Iberia, nos quedaríamos en tierra por escasez de espacio. Hay otros que achicharra el sol y se ofrecen, descarados y calientes, solos. Nadie se atreve. No hay osadía que lo resista.

Una pareja sale del teatro. Él, vestido con vaqueros y camiseta negros, el pelo recogido en una coleta. Ella, cazadora de cuero, pantalones cargo, botas con tacón, camiseta con escote, melena rubia. Guapa. Exótica. Parecía un cisne en mitad de una manada de ovejas. 

Sobre la mesilla, La novela de mi vida, del escritor escuálido y conmovedor. Padura. Cuando el guión del día parece estar escrito por un loco, no queda otra que detenerse en unas cuantas instantáneas que, unidas, quizás den sentido a las horas. Aunque, tal vez se trate, nada más y nada menos de encontrar un poco de ¿belleza? 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me gusta el texto y la canción. Abrazos.
Rafa
María Antonia Moreno ha dicho que…
Me alegra, Rafa. Gracias.

Abrazos :)