Algunas cosas han de admirarse desde lejos. Una ciudad, una mujer, un paisaje. A lo lejos, Ávila, Oporto, Lisboa.
Observándola desde el mirador, desde la otra orilla, la ciudad se te muestra hermosa, secreta. Te sacuden los anhelos de caminar por el entresijo de sus calles; te asalta la certeza de que allí te aguardan episodios importantes. La luz en la piedra. El tímido atardecer que pinta de melocotón las casas y de violeta el río. Es el instante del enamoramiento. Te deslumbran sus murmullos, que sospechas, pero que no escuchas (estás lejos).
Igual ocurre con las personas. La belleza ha de contemplarse en silencio; como en un altar. El brillo en el pelo, el color de sus ojos que intuyes es azul, pero que no lo sabes (estás lejos).
Y el horizonte. Esa línea en el que el cielo y la tierra se unen, sin juntura (con permiso de Jack London). Los pájaros escriben jeroglíficos y las nubes se hacen y se deshacen, a capricho de un dios voluble y juguetón. Allá, lejos, está nuestro destino. Aventuras que vivir, amores por conocer, el vértigo de lo que está por venir. Estamos lejos.
Hay cosas a las que hay que amar en secreto, alejados. Un pinar oscuro, una ciudad asomada a la serranía. Una mujer o un hombre.
Oporto, desde la otra orilla |
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Pronto seguiré con Sin explicación aparente, una historia que he empezado y aún no sé dónde me llevará... la foto de Oporto es mía.
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Comentarios
Rafa
Besos