Hace unos cuantos meses llegó la recomendación. Antes de que la peli se estrenase en España, o supiese de su estreno. Pero es verdad que fue el cine el que me recordó que lo tenía pendiente. Y sí. Hablo de La pesca de salmón en Yemen.
Me cuentan que la película ha introducido demasiados cambios respecto al libro. Incluso lo comentaron así en Página 2. La novela es difícil de adaptar; pues se trata de una nutrida correspondencia por mail entre el científico gris, la joven y guapa muchacha que defiende los intereses de un jeque multimillonario e inocente como un niño; la mujer del científico que es fría y calculadora como las finanzas; el secretario de comunicación del ministro inglés que es un caradura. Hasta correos electrónicos interceptados a Al Qaeda, operaciones secretas en Iraq y, cuando todo termina, interrogatorios impertinentes y duros. Escépticos.
El proyecto está claro. Salmones. Salmones escoceses en los wadis de Yemen. Una locura. Un sinsentido. Y a partir de ahí una comedia loca, original, que traspasa los límites de una simple humorada. Paul Torday escribe sobre la política de alto nivel rebajada a chanchullos de feria; coacciones y amenazas; palmaditas en la espalda que son puñaladas al más puro estilo trapero. Evasión de responsabilidades; casualidades; complots; amor que no es tal y amor que puede serlo y no es, o no se sabe si será. La vida gris de un hombre de vida ordenada en alfabeto rutinario y, de pronto. Un sudoku. El cinismo y más.
El libro es una delicia. Te arranca la sonrisa, te deja perplejo, te muestra el insondable cinismo del ser humano, y también, la ingenuidad, la fe, el valor.
No he ido al cine, lo confieso. Pero sé de alguien que sí, y su crítica no ha sido mala. Me contó el final. Confirmado. Los directores, demasiado a menudo, gustan de maquillar los finales difíciles.
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