Guardando las distancias

¿Dónde estarán los lobos?
Callejear es como leer. Uno va desorientado, sin protección, recorriendo los mismos sitios de todos los días, y de pronto, zas. Se encuentra uno con una visión inolvidable, por lo hermosa. O por lo lamentable, que de todo hay. 
Leer es lo mismo. Uno va leyendo y leyendo y de pronto. Un adjetivo exacto, una estancia ruinosa, una ciudad vieja, un cuerpo glorioso. De todo. 
El otro día (siempre es el otro día, aunque fuese ayer o será pasado mañana) fui la espectadora no invitada de una pequeña tragicomedia familiar. La niña iba vestida con un chándal rosa, era rubia y tendría un año o dos. Juzguen ustedes. Sí, la niña era preciosa. Estaba con sus padres, una pareja de esas tan modernas que van en bici, muy deportistas, muy esbeltos, con los cascos puestos y toda la parafernalia (como debe de ser, yo no digo que no). El caso es que la niña quería quedarse un rato más en los columpios. No quería subir a la silla  trasera de la bici que manejaba su padre (específicamente para niños, como debe de ser, yo no digo que no). Así que, ni cortos, ni perezosos, (sino jóvenes y resueltos) le quitaron el casco, y la dejaron sentada en el murete que bordeaba el parque. La despidieron diciéndole adiós, mientras, haciendo como que, ellos continuaban viaje. El llanto de la chiquilla fue de los que hacen historia y de los que ya son históricos, claro. Y así, la familia pudo continuar con su paseo en bici, convencida ya la niña de que no quería quedarse allí, sola. Y es que la sensación de abandono es terrible. 
Esta imagen (amable, cotidiana y repetitiva... pues, ¿cuántas veces no hemos visto/realizado alguna escena similar?) me recordó otra (guardando las distancias). La otra historia es más áspera, más antigua, pero tiene mucho que ver (o al menos a mí me lo parece).
Me encontré con ella en un libro que, lamentablemente, ahora no tengo a mano; pero era una de esas obras con fotografías que recuperan historias de Las Hurdes, de la Sierra de Francia y de Las Batuecas... Ahí, aparece el personaje antiguo del cazador de lobos; sitúense, un hombre ya viejo, con la piel quemada por incontables días de sol, de viento, de lluvia y nieve, que baja a la escuela para deleitar a los churumbeles de los años treinta del siglo veinte. Los deleita, sí, con sus imitaciones del aullido de los lobos y con sus historias. Y es que ese hombre mayor, de piel como de silla de montar o de bota de vino, de aspecto fiero y de mirada tierna de lobezno, ese hombre, también fue niño. Y aprendió el oficio de su padre siendo un chiquillo, y aún recuerda esa noche en la que se quedó atrapado en una lobera, con uno de los cachorros en la mano. El padre le alentaba, tira, hijo, tira y sal de ahí, pero la tierra y las piedras le laceraban la espalda y el atranque era imposible de solventar. Entonces, su padre, hombre ya viejo, quizás tanto como lo es él ahora, le dijo (recreo, porque no tengo aquí el diálogo), hijo, voy a la casa a buscar una azada para ensanchar esto. No tengas miedo que vuelvo enseguida. Ahora, ten cuidado hijo, no venga la loba. Porque la loba si te encuentra aquí, se va a poner fiera, hijo. Y la manera que vas a tener de saber si viene la loba, es porque ella te tocará con el morro aquí, así. Pero no tengas miedo, que voy en una carrera y vuelvo, antes de que loba asome. 
El muchacho que entonces era nuestro cazador de lobos se quedó en un ay. Con todo el abandono y todo el miedo de su parte. Y no habían pasado ni dos minutos cuando sintió el roce del morro de la loba que volvía a la lobera; entonces, sin pensar en cómo las piedras le laceraban la espalda y le dejaban unas cicatrices que serían sus compañeras de por vida, sacó el cuerpo aprisa, entre olores de sangre y miedo. Por supuesto, el fin ya se lo esperan; no era la loba, era su padre el artífice, porque ... ¿cómo iba a dejar a su hijo, solo, en mitad de la noche, para regresar a la aldea, a varios kilómetros del monte?
Una imagen me recordó a la otra, guardando las distancias, claro está. Seguimos utilizando los mismos mecanismos.
Y al leer, como al callejear, te asaltan estas escenas. Impagables. 

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Sierra de Francia, foto de la que escribe el blog.
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