Unas cosas y otras, VIII

Juan y Marta comparten otra ración de tarta de chocolate en una cafetería de Madrid. La tarde va cayendo, inexorable y ellos, que no terminan de sincerarse. ¿O lo harán ahora?

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-Juan... ¿quieres contarme qué ha pasado, exactamente?
-¿Te he dicho ya que te has dejado una nariz preciosa? Muy artística. Con esos polvos tono rosa palo...
-Anda, calla. Deja ya de bromear. Contesta... sabes que puedes contármelo. Lo sabes, ¿verdad?
-Sí, pero no sé si quiero. 
-¿Por?
-Porque me vas a reñir. Porque te pondrás del lado de Ana. Porque no entenderás. 
-¡No seas niño! 
-¿No me echarás la charla? ¿Me escucharás hasta que termine? ¿No me interrumpirás?
-Ay. Mira que me voy a arrepentir...
-Vale, venga. Ya. No sé por dónde empezar...
-Por el principio. ¿Por qué estás aquí? ¿Dónde está Ana? La verdad.
-¿Siempre has sido tan expeditiva?
-Juan... 
-Ok, ok. Ya. Tú sabes que me cuesta hablar de mí. Ya sabes. 
-Sí, ya sé. ¿Y?
-Pues es que no hay mucho que contar. Discutimos. Me vine. Se quedó. Punto. 
-Juan... que no todo es blanco y negro, hombre. Que ya no tenemos edad para las verdades absolutas. Eso se quedó atrás. Cuéntame los grises. Y es la última vez que te lo pido. 

Juan se pone serio, se azora, está nervioso. No está acostumbrado a hablar con Marta de su relación con Ana. Pero intuye lo generoso del gesto.

-Ana está decidida. Quiere que nos casemos. Toda la fiesta, todo el kit completo. Vestido blanco, anillos, luna de miel, tarta con dos monigotes, etcétera, etcétera, etcétera. Y no hace más que presionarme. Yo le he ido dando largas... No me mires así.  No se me ha ocurrido otra manera de evitar discusiones, conflictos. Yo la quiero. No quiero hacerle daño.

Como el filo de un cuchillo o un hombre en una playa desierta
No conoce Juan el sabor del filo del cuchillo en la lengua. Frío, metálico. Ácido. Marta lo siente,en este momento. Juraría estar saboreándolo.

-Pero no sé si quiero todo eso. Vamos, que no lo quiero. No quiero dar ningún paso más en nuestra relación. Ni casarme, ni tener un hijo, ni ir a la imprenta a por las invitaciones. Pero el viernes... El viernes ella se plantó delante de mí y me preguntó si la amaba aún. Si alguna vez la había amado. ¿Cómo se atreve a dudar? ¿Cómo?
-¿No dudas tú? La duda y el miedo no son tu patrimonio, Juan. No fastidies. Escuchándote, me parece estar oyendo la canción de Sabina. O viendo un remake de esa peli pastelona, esa de los meses y el descafeinado de Hugh Grant.
-Tenía que haber añadido que no quería que te rieras de mí. 
-Eh, no te enfades, hombre. Si no me río. Sólo intento desdramatizar. ¿No te das cuenta de lo injusto que estás siendo con Ana?
-¿De qué lado estás?
-Oye, Juan. Que esto no es una guerra, ni una batalla. Y yo no soy el aliado al que convencer, ni sobornar. Anda, sígueme contando. 
-¿Seguro? ¿Vas a seguir poniendo ejemplos peliculeros? Te falta una novela, para completar la comedia. 
-Disculpa. Ya veo que estás fastidiado. ¿Es serio, entonces?
-No lo sé. Nos dijimos cosas horribles. Y yo, empecé a dudar. A dudar de si todos estos años no han sido más que un enorme, un mayúsculo error. 

Marta y Juan están sentados muy cerca, hablando muy quedo. Sus rostros casi se tocan. El camarero está divertido con el sainete. Pelean, lloran, se reconcilian. Ahora se besarán.
Juan mira en el fondo de los ojos verdes de Marta y ve algo. No sabe qué. Pero está ahí. 

-Qué bonitos son tus ojos, Marta.
Ahora, ahora es cuando se besan, se apuesta el camarero.   
-Juan. No te distraigas. Al lío. ¿Cómo se te ocurrió irte, así, sin más?

Mientras Juan parece despertar de un sueño (no se besan, qué raras son las parejas de ahora, concluye el camarero), Marta piensa en una novela, sí. Y la visita otra canción.


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Fotografía de una playa mediterránea, de Mª. Antonia Moreno


Entregas anteriores de Unas cosas y otras: I, II, III, IV, V, VI, VII.



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