Unas cosas y otras, II

La historia viene de aquí.

Él. Sí, sin duda, es él. Qué ironía. Podría esconderme en los servicios del piso de arriba. Dejar aquí la magdalena de chocolate y el café con la flor estropeada y huir. Porque no se puede tener peor suerte. O mejor. 
Pero, ¿qué es lo que hace él, aquí, un domingo de diciembre, solo, en un McDonalds de la Gran Vía? Seguro que no es él, pero sí. Es su pelo y su caminar y la manera que tiene de pedir las cosas, así, como si necesitase un gran favor y te estuviese permanentemente agradecido. Pero no de forma servil, sino de un modo en el que quisieras abismarte en sus ojos y quedarte ahí siempre. Ay. Que soy incorregible. Que no tengo remedio. Que esto va a parecer una comedia romántica de domingo por la tarde, tipo La proposición. Y no. No es así. Es más. Y menos. O nada. 
Ahora, él se gira, con una bandeja en la que sostiene una taza de chocolate y una magdalena (de fresa, ella lo sabe). Ella, que se ha quedado ahí, sin moverse, con la sangre latiéndole en las sienes. Y él, que la ve y esboza una sonrisa. Y luego, una carcajada. Y, en dos pasos, cruza todo el espacio, todo el tiempo. 
Marta, ¿pero qué haces tú aquí?
¿Y tú? Eres el último al que esperaba encontrar...
Estoy en casa de mi hermana... ¿recuerdas que se vino a Madrid? Pero, ¿y tú? ¿Has quedado con alguien o qué?
Y Juan se sienta enfrente de Marta, mientras ella sofoca otras preguntas, otros pensamientos, ¿dónde está Ana? ¿Por qué has tenido que entrar, precisamente, aquí? ¿Es que no puedo dejar de pensar en ti, como en una canción manida? Es que no puede ser que el destino, el maldito destino me esté jugando otra mala pasada. No. 
Desde la calle, tras los cristales, se puede ver a una pareja de mediana edad que toman un desayuno, que se miran a los ojos y se ríen, o callan, de pronto. Parecen estar a gusto. Como si se conocieran de siempre. Y sí.  Porque Marta y Juan llevan trabajando juntos diez años. En el mismo lugar. En el mismo despacho. Ella conoce a su novia, Ana, una mujer fantástica, dotada de una belleza fresca, que quiere mucho a Juan. A Marta le cae muy bien Ana, y eso en sí ya es todo un problema. Él ha conocido todas las relaciones efímeras de ella, incluso a aquel informático un tanto friky con el que estuvo durante un par de años. Él sabe de sus rupturas, de sus dudas y de sus búsquedas incesantes y ella sabe lo mucho que él quiere a Ana. Y todo es un maldito problema.
Ya se han puesto al día. Ana se quedó en casa, tenía compromisos de familia (vinieron unos tíos de Argentina) y él ha venido a visitar a su hermana el fin de semana (pero hoy la han llamado del hotel, tiene que trabajar todo el día, así que estoy libre como un pájaro). 
Está muy bien esto de estar juntos sin tener la presión del informe, de la reunión con el jefe, de la entrega del proyecto..., comenta Juan, en voz alta. 
Sí...
Todo parece igual, pero no
Y sin embargo, toda su historia (esa que no es nada pero que es todo) se ha urdido en el despacho. Un abrazo si uno de los dos tenía un día malo. Un par de besos de cumpleaños, una mano que se apoyaba en el hombro del otro, conversaciones a media voz. Una taza de café a medias. Y este maldito dolor que siente cerca de él.


Fotografía de María Antonia Moreno (Gran Vía de Madrid)

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