Ponte en mi lugar o variaciones de "El príncipe y el mendigo"

No me refiero al programa de televisión. Me refiero a la vida. Es divertido acudir de incógnito y hacerte pasar por un usuario de un servicio determinado (público, privado, llamémosle Y). Se encuentra uno con cosas curiosas. A veces, te gustaría proclamar, pero qué dices, si soy de tu gremio. Pero eso quitaría emoción al asunto y, además, a uno (a veces) le apetece ser un usuario más y que le traten como tal. Lo malo es cuando no le tratan demasiado bien. O no tan bien como un usuario (cualquier usuario amable, educado y comprensivo) mereciera.
Es cierto que todos tenemos malos días. Todos. Entonces, una mirada aviesa, un rictus, una mueca se nos escapan y llegan a un destinatario que no los merece. Pero, ¿qué ocurre cuando en un mismo lugar,  a diferentes personas en distintos momentos se les corta la leche del café? ¿Tendrán mala suerte? ¿En el trabajo no están bien? ¿O es que no saben (u olvidaron) tratar a los usuarios como éstos merecen?
Uno estaría tentado de pensarlo. Sí. Si no fuese porque en ese mismo sitio (edificio, institución cultural, educativa, llamémosle X) hay otros trabajadores que sonríen, escuchan y no prejuzgan. Uno, a veces, cuando se pone el disfraz de mendigo para ir a la corte de los príncipes (leáse esto como una metáfora ad strictu sensum) le dan ganas de proclamar: Pero qué dices. Soy uno de los tuyos y, sinceramente, esto es una vergüenza. No. Lo ideal sería: ¿Por qué no haces como yo? ¿Por qué no te pones en el lugar de un usuario y vas a otro sitio (edificio, institución cultural, educativa, llamemosle X) a ver cómo te tratan y a calibrar si ese trato es el correcto, el deseado? Quizás aprenderías (o recordarías) algo esencial en tu trabajo.
Uno, también a veces, está muy pero que muy tentado de no volver nunca más a X. Pero entonces, uno se acuerda de una palabra amable, de una sonrisa, de un gesto humano, de un trabajo bien hecho... y decide que no todos los trabajadores tienen malos días, ni mala suerte. O que, simplemente, hay trabajadores que saben cómo hacer su trabajo y otros que no (o lo olvidaron). Y uno vuelve por ellos, por los primeros, of course. De mendigo a mendigo y de príncipe a príncipe. No hay nada como ponerse en el lugar del otro.

Por cierto, qué maravilla de historia y qué cantidad de variaciones/versiones ha sufrido esta obra de Twain. Como otros de sus libros (veáse Un yanqui en la Corte del Rey Arturo, del que los americanos no cesan de hacer remakes).

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