Que se entere todo el mundo



No sé cómo se puede pasar del tú eres mi consentida, que lo sepa todo el mundo a ¡la puta de mi ex, que lo oiga todo el mundo! No lo sé pero lo puedo imaginar, intuir, sospechar. Celos, rabia, coraje, quizás  traición verdadera o afrenta real o ficticia. Pero asusta. 
La otra mañana, en un coche rojo con alerones blancos y fundas de piel adecuadas, es decir, tuneadas como el auto en sí, el copiloto imberbe de veintipocos años bajó la ventanilla y lo proclamó, la puta de mi ex, etcétera, etcétera. 
No sé si ella cruzaba el puente como yo. Quizás era la muchacha de pelo rojo que conversaba animadamente con otro muchacho, sonriendo, la paz bailoteándole en el rostro. Quizás la muchacha en cuestión llamaba al móvil del energúmeno despechado, mientras los demás comparsas le reían la salida de tono y el exabrupto. Pero estuviese donde estuviese, me gusta pensar que es una muchacha afortunada. Me gusta evocarla con la sonrisa pronta, los ojos verdes y el pelo del color de un amanecer. Libre, feliz, muchacha.
Cómo se puede pasar de un extremo a otro. Quizás la clave es ese mi. Ese mi posesivo, celoso, dominante. 
Qué difícil no dejarse llevar por el dominio en cuestiones del corazón. Eres mío, eres mía, no existes si no estás conmigo, no has de existir, no concibo tu existencia si no es junto a mí.
Me gustaría ver más de cerca al que insulta. Explorar en sus ojos si es el resentimiento del abandonado reciente que pasará, pronto o tarde. Hay un principio de desolación que puedo entender. El desengaño. El desencanto. Puede durar horas, días, meses, años, la vida entera. Pero hay que tener cuidado. Y procurar que la amargura no corroa los adentros. Difícil. 
Pero me gusta pensar que no es imposible. Hay situaciones, excepciones, casos concretos que así lo demuestran. 
Una separación siempre es cruenta, con bajas, víctimas, desaires y batallas perdidas. A veces, la tregua es imposible, no digamos ya el armisticio. Hay que procurar firmar el tratado sin que la dignidad del otro sea el precio a cobrarse por esa soledad, por ese desamor que se vive como una deserción. El tiempo, que todo va asentando, limando, suavizando, distanciando... Quizás el tiempo sea el único general sensato que ponga paz en el frente.

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