Sin Tornasol

Nadie insulta mejor que el capitán Hadock. Nadie es tan valiente como Tintín. No hay mejor perro que Milú. El ruiseñor milanés sigue siendo una dama imponente (menos mal que el capitán no soporta sus trinos, porque la frase: ¡Es un bombón!, llegó a descolocarme). Néstor está aunque no se le espere. Hernández y Fernández siguen igual, despistados, metepatas, desastres y rechonchos como sus sombreros hongos. La metáfora de dos que pasan el tiempo juntos y, al final, son iguales, iguales. Y ahí estaba el maldito pirata El Rojo, tan cruel y malvado como podríamos desear. Avistamos el tesoro, surcamos el mar, atravesamos las dunas doradas, quisimos que Archibaldo dejase de beber y recuperase su porte y elegancia de caballero. Quisimos. Quisimos encontrar a Tornasol, personaje esencial e importante en Las aventuras de Tintín
No estaba. No pudimos ver al sordo y genial profesor a bordo del primer submarino, surcando la profundidad de los mares mientras los dos policías aguardaban en cubierta, aferrados a la máquina de dar aire... sin proporcionarlo en demasiadas ocasiones. Sólo la esperanza de más aventura redime en parte esta falta. Será entonces cuándo, quizás, ojalá, tiene que ser, Tornasol aparezca y deslumbre. 
Por lo demás, factura impecable, impresionante, aventurera, plena de los colores de la fantasía. Puro Spielberg.

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