Nadie es perfecto

Hay alguien que con cierta gracia, a veces dice... no sé hacer (...) es que si lo supiera, ¡sería perfecta! 
Qué difícil, reconocer que no somos perfectos. Que hay alguien que hace eso (cantar, limpiar los cristales, dibujar un árbol, cocinar, escribir, observar el vuelo de las mariposas) mejor que yo, que tú, que nosotros. O que no sabemos esquiar, ni patinar sobre hielo. Y aunque pensemos que la perfección es odiosa (recordemos a ese David perfecto que, sin embargo, esconde una espalda maltrecha por cortesía del bloque de mármol), en el fondo, anhelamos la perfección. También es lícito.  Y hermoso. Por algo, existen las obras de los maestros. El rostro cincelado. La bruma de La Virgen de las Rocas. La calidad del cristal de la copa conseguida por Velázquez. Casi perfectos.
Reconocer la imperfección, significa, del mismo modo, reconocer aquello que sí sabemos hacer (bien o no, corresponde a otros juzgarlo. Pero sí intuímos, al menos, que sabemos freír un huevo. Por ejemplo). Y no es fácil. Pero hemos de intentarlo. Lo uno y lo otro.
Algo para terminar con una sonrisa: la escena final de Con faldas y a lo loco, que no por ser muy conocida deja de ser memorable.


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