No te conozco. No sé cómo te llamas, ni si te gusta el café para empezar el día. Si tienes los ojos castaños. Si verdes. No sé quién eres. Y, sin embargo, intuyo.
Sé que no has de continuar permitiendo que te hagan daño. Que nadie tiene derecho a prohibirte que seas feliz. Que no has de consentir que te lastimen más. No te conozco, pero intuyo.
¿Qué puedo hacer? Ésa es la pregunta.
Puedo bajar las persianas. Cerrarme a cal y canto, desviar la vista cuando pases junto a mí. Fingir que no existes.
O puedo hablar contigo de lo que te pasa. Para pedirte que hables ya.
Comentarios
Pero lo son.
Para verguenza de todos.
Abrazos, Mª Antonia