A mi manera

Uno, de vez en cuando, se harta. Es el hastío de lo material, del montón de cosas que hay que hacer, o comprar, o ver, o escuchar. Es que hay que hacerlo, se debe de hacer. De pronto y por sorpresa, te encuentras con que ya no puedes  más y no quieres tener el último artilugio, ni la última pantalla, ni la última secadora (pongamos). Te apetece liarte la manta a la cabeza (esto suena a un cantante, aquello de líese la manta la cabeza y haga lo que le apetezca). Y es eso. Que los días se te van en hacer las cosas que otros deciden por ti. Aún cuando creas que lo haces por propia voluntad, de motu propio, vamos. Y un jamón, o tres, en lonchas y envasados al vacío. Ni hablar. Hacemos lo que los demás quieren que hagamos: la tele, la red, los jefes, los amigos, el vecino del 2º y la frutera que se ha empeñado en vendernos una sandía en pleno mes de febrero. Y la sandía no está buena, qué va a estarlo.

Uno entonces se pregunta si es que de verdad existen otras maneras de vivir, de subsistir, de llevar la existencia. Otros tiempos, otras prisas (que no lleven prisa), otros modos. A fin de cuentas, esto es un día. Un momento. Luego, iremos a cambiar el móvil. Y a continuar. Afortunado aquel que va viviendo a su manera. 

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