Paula, 4

Y es que las curvas y las hélices en las que se amoldan las células son caprichosas y volubles. Así, Paula en vez de convertirse en madre de familia, enfermera, ladrona de guante blanco o pescadera (porque antecedentes los tiene, esto es, haberlos haylos) la tenemos pintando flores en paredes de vertederos, farolas en aparcamientos oscuros y libros encadenados en fachadas de viviendas de protección oficial. Que le tira más a Paula la curva del tiempo de la Prehistoria que las sucesivas rectas y autopistas de la Edad Moderna. y subsiguientes.
Nosotros no podemos verlo, ni recordarlo y Paula, por supuesto, tampoco. Pero si pudiésemos; si finalmente nuestro cerebro trabajase a pleno rendimiento, al ciento por ciento real y al cincuenta virtual, o algo así, podríamos recrear a una joven Paula de pelo pajizo  y hechura delgada trabajando en una hendidura. Frota entre sus manos hierbas que tiñen su piel de un insólito color azul, casi como el del cielo, tan nuevo por aquel entonces. Ha terminado la silueta de un caballo que huye de un cazador fiero que lo persigue, lanza en ristre. Y ahora, la firma. A aquella Paula le gusta firmar impresionando las palmas contra la roca. Esta Paula dibuja una P que se camufla en un sombrero, en el pétalo de una margarita o en el globo que surca el cielo.
Aquella Paula no viviría en un pisito atestado de plantas, con habitación secreta. Seguramente, todo un valle de aromas sería su casa. Riscos, simas, agua y cielo.  


Ya sabes que es para ti. A ver si un día recorres este itinerario...

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