Aún no sé por qué, 5


Aún, una mujer
Comenzó como una anécdota curiosa. La había visto en la cafetería, una mujer cuarentona, de buen ver, las piernas cruzadas y vestidas con unas medias que habían conocido mejores tiempos. Llevaba el pelo teñido de rubio en una media melena lacia y sus ojos le siguieron desde el primer momento, vaya, aún queda una mujer que me mira, y rezó para que no fuera por lástima, si acaso, si no deseo, que fuese curiosidad. Recuerda cómo la saludó al marcharse, parecía lo propio, y cómo se sintió después ridículo, pues comprendió de pronto, que tal vez ella buscaba clientes y su mirada, tal vez, sólo hubiese sido una tasación comercial.
Esta súbita revelación se hizo más intensa cuando comprobó que la mujer le seguía, envuelta en un abrigo marrón con las solapas levantadas, la melena lacia cubierta con una graciosa boina gris, al estilo de las mujeres que aparecían en las películas de su infancia. Se sintió incómodo, y resolvió acercarse a ella para disuadirla de sus intenciones, no busco compañía, al menos no de la que se compra, si acaso necesito otra, porque estoy muy solo, mucho, quién va a aguantar a este maniático escritor que se está volviendo viejo.  Resolvió acercarse a ella y asirla de la cintura y decirle que la procuraría una buena vida, y la haría una mujer buena. Pero, como es lógico, ya que a pesar de las novelerías es un hombre lúcido y sereno, no hizo ni una cosa ni otra, y dejó que la mujer le siguiera, divertido por la situación.
Se sintió joven, de pronto
La Plaza Mayor lucía amarilla bajo el sol del incipiente invierno. Recuerda cómo un niño correteaba tras una pelota roja y unas mujeres de rompe y rasga pasaron riendo a su lado y cómo le complació el taconeo decidido de la mujer que le seguía. Dejó que su mirada resbalara por la piedra hermosa y se sintió joven de pronto, aún con cosas por hacer. Había venido a la ciudad para buscar localizaciones para la novela apenas iniciada, y como había llegado a un punto en el que no sabía si el protagonista sería hombre o mujer, si aquello era una intriga o qué demonios era, se había largado diciéndose que no había nada mejor que patearse los escenarios una y otra vez hasta que volviera la maldita inspiración. Escribiese lo que escribiese, sus editores estarían conformes, pero él no. Había empezado a sospechar que no merecía la pena.
La plaza, territorio prohibido
El taconeo de la mujer cesó. Él sentía su presencia detrás suyo como una suerte de ángel protector. Esa mañana volvió pronto al hotel, quería organizar sus cosas (era un hombre ordenado porque así se defendía del caos de la vida), y ella le acompañó hasta la puerta del hotel que estaba al otro lado del río sin acercársele, detrás, el ritmo de su vaivén inconfundible, su presencia, ella, todo. Desde la ventana de la habitación, vio cómo entraba en un edificio de ladrillos rojos y, al día siguiente, muy de mañana, la esperó. Ella salió, vestida como el día anterior, siempre iría vestida así, para no confundirme, se decía él, oculta tras la boina gris y el abrigo marrón. Y la vida. Todas las mañanas, ella le seguía en su paseo hasta la cafetería. A veces, antes de volver al hotel, él caminaba sin rumbo por las calles y las plazas de Salamanca, sólo por el gusto de sentirla cerca. Y así, pasaron muchos días y algunas semanas. Ella. Su pelo lacio, sus ojos, su silencio, su vaivén prometedor. La ciudad, él, pendiente del sonido de sus tacones en el empedrado, la textura de la piedra azafrán deshaciéndose entre sus dedos como el tiempo, un verso de Neruda pintado en una valla quiero hacer contigo lo que las primaveras hacen con los cerezos y las cigüeñas, aves monógamas que vuelan sobre los tejados.
Las cigüeñas
Están ante la puerta de la cafetería, la iglesia de El Corrillo tras ella, la Plaza muy cerca, los dos muy juntos, el silencio hollado por la respiración inquieta de ella y por la incertidumbre espesa de él.
Ella que no sabe si, al fin, poner su mano blanca sobre su hombro resguardado en el chaquetón azul marino, él, que no sabe si girarse y cogerla de la cintura y susurrarle cuánto, cuánto quieres, cuánto de mi tiempo, cuánto de mi vida.

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