Aún no sé por qué, 2


Los colores del invierno en Salamanca
El día tenía los colores del invierno; transparente y frío, lapislázuli, oro viejo y plata. Las torres de las catedrales se alzaban tras el caserío, el río viejo discurría como al principio del mundo, los álamos permanecían inmóviles, envueltos en silencio. Ella le seguía a él y él cruzaba el puente, ahora con paso rápido, como si de pronto hubiese caído en la cuenta de la urgencia de llegar a algún sitio, un sitio importante. Así pasaron el Tormes, y de pronto él se detuvo en el berraco de granito y de puntillas, es un hombre alto, pensó ella, con la cabeza en el aire, dirigida adonde hubiera debido estar la testa, se quedó escuchando un extraño rumor venido de otro tiempo.
Está muy alto

Sólo fue un instante. Después, él echó a andar y ella detrás, con un vaivén de miel impreso en sus caderas, siguiéndole a él, como si se tratase de su capitán y ella fuese su falúa. Cualquiera que nos vea, pensó ella, la nariz rozando las solapas del abrigo, las manos acariciando sus muslos fríos, cualquiera que nos vea. Inesperadamente, como el que quiere despistar a un espía, él echó a correr y cruzó la carretera, subió de dos en dos las escaleras hasta la columna de la Puerta de Aníbal y allí, de pie, se giró y se quedó quieto mirando el puente, el río, los álamos desvestidos, el cielo, las figuras del ciego y el lazarillo y la mujer atrincherada tras el abrigo y la boina gris.
La Puerta de Aníbal
 
Si nos vieran, pensó él. Si nos vieran, qué pensarían.
Y los vio un gato.
¿Y el gato?
Era gris y marrón, orondo y sonriente como el de Alicia y estaba relamiéndose complaciente. 
Entonces, se escuchó una risa, la risa de un hombre que ya no era joven, no, pero tampoco podría decirse que se trataba de un viejo, y ella se rió queda, y la risa se le apagó entre las solapas del abrigo.
Hacía mucho frío y el día tenía los colores de un sábado de invierno: gris, marrón, plata y azul. Había un hombre y una mujer que se miraban y un gato gordo que parecía reírse. Continuaron el paseo, él delante, con su chaquetón azul marino de bolsillos grandes, ella detrás, en la cima de sus tacones, balanceándose, como el Golden Gate, calibró él.
Tentenecio, una calle difícil
En Tentenecio los encontró un juglar de barbas blancas, como quisiera poder vivir sin aire, él diez pasos por delante de ella, una mujer interesante, de las que ya no quedan, pensó el juglar. Él no reparó en el músico de calle, ella se detuvo para dejarle una moneda que rescató de un pequeño bolso negro que llevaba en bandolera. Él no la vio, se le escapó ese gesto de su cuerpo inclinado, las manos blancas buscando el dinero, la sonrisa del músico, la mirada de ella. Así que la mujer tuvo que apresurarse, porque el hombre ya había doblado la esquina, y subido los peldaños del final de la calle.
Fotos de María Antonia Moreno

Comentarios

Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Bueno, bueno, que "encuentro" más intrigante. Me encanta este paseo por Salamanca y ver tus fotos. Sigo la continuación con mucho interés. Un abrazo.
Xibe ha dicho que…
Más allá de la intrigante narración... ¡qué hermoso paseo nos has dado, Mª Antonia!
Abrazos