Sentada en un banco de la Catedral de Las Palmas, observo el fascinante prodigio de la luz. La catedral es blanca y grisácea, de muros encalados, casi sin ornamentos. Aquí y allá hay unas lámparas que se mecen al compás del tiempo. Todo está en calma. Si acaso, los murmullos de los turistas, la canción de la fuente entre los frutales y la melodía del órgano.
Pero la luz. La luz tiene ideas propias. Decide pintar fustes, arcos… ayudada por los vidrios. Brochazos de azules delineados en rosas y verdes, enmarcados en amarillo de sol. Afuera, el mar, la ciudad desproporcionada, el puerto, los barcos, el parque, el ruido indeseado. Adentro, la luz que se cuela buscando sosiego. Sentada en la Catedral de Las Palmas, me pregunto si sólo sé yo que es fascinante.
Foto de María Antonia Moreno. Interior de la Catedral de Las Palmas, a mediodía.
Foto de María Antonia Moreno. Interior de la Catedral de Las Palmas, a mediodía.
Comentarios
Abrazos en claroscuro
Los viejos maestros lo sabían muy bien.
Abrazos
Abrazos