Remedios, 7


Tras la aparición del ser afelpado, Remedios no acierta conciliar el sueño. Una y otra vez regresan a su mente unos ojos negros, vivaces y achinados. Sin constancia del género, se le antoja un hombre. Sí, un hombre bajito pero delgado y flexible, a tenor del salto con el que salió de la cama. A pesar de no haber visto ni un pedazo de piel (si exceptua la de los párpados) Remedios no puede dejar de pensar en él. En cómo se movía en la cama. En cómo se había estado moviendo durante todas las noches anteriores. En cómo se había ido de la habitación.
Y ahora, Remedios ha cambiado la resolución de un enigma por la incertidumbre de un nombre, de unos labios, de unas manos ocultas tras metros y metros de blanca felpa. ¿Cómo será su pelo? Negro, adivinó. La noche se le está yendo a Remedios en un ir y venir de conjeturas, adivinanzas, predicciones. En un murmullo inquieto junto al corazón. En un buscar por los rincones de la cama el aroma de aquel ser, sin hallarlo.
La mañana la pilla desprevenida, confusa y turbada como una chiquilla. Es perturbador.  Cada noche se ha entregado al sueño entre las sábanas en las que él se movía para calentárselas, pues ella necesitaba calor; lo ha pedido, lo ha demandado. El cliente siempre tiene razón. ¿Cuántas camas calentaría cada noche? ¿Se trataría de un servicio nocturno, o 24 horas, por ejemplo, para una siesta? ¿Cuántos cómo él se dedicaban a eso? Quizás eran camareros de día. O camareras. ¿Hombres para mujeres? ¿Mujeres para hombres?
Me voy a Valencia y me dejo de estas tonterías, dijo en voz alta tratando de acallar el susurro del deseo. El deseo de saber. De volver a ver. De ver por completo.
Así que, sin saber muy bien por qué y sin saber que iba a hacer lo que a la  postre hizo, bajó en el ascensor a la recepción donde había tomado el relevo del chico jovencito otra chica jovencita y rubia de peluquería (como la canción).

Buenos días, buenos días doña Remedios, ¿cómo está? ¿Todo a su gusto? ¿Descansó? Bien, yo… no mucho, la verdad, sonríe cómplice, Remedios. Ah, sí, disculpe. Ahora veo la nota de mi compañero, ¿es por el incidente de anoche? Le pedimos disculpas y le aseguramos que no volverá a pasar. Inmediatamente se le asignará otra persona para realizar el servicio que usted solicitó. No hay problema, y la chica rubia, cabecea, molesta.
No, no, no es eso, no se confunda… (Remedios ladea la cabeza para leer el nombre que figura en la chapita dorada) Irene. La culpa, en realidad, fue mía. Eran las once y diez. Sólo, sólo estaba trabajando, ¿no es así?
Sí, claro, naturalmente, pero qué susto se habrá llevado usted. Por favor, acepte las disculpas del señor director y de todo el personal del hotel.
No hay problema, no hay problema. ¿Sabes, Irene?, baja la voz Remedios, voy a llamarte de tú porque eres tan joven que es casi un pecado tratarte de usted. ¿Sabes? El caso es… que yo no sabía que aquí se calentaba las camas así…
Huy, por supuesto, doña Remedios. Llámeme como quiera, faltaría más. Pues sí, baja también la voz Irene, así es como aquí se hacen las cosas. Una idea que se ha traído de Reino Unido el director, amante de todo lo inglés, que yo me echo a temblar cada vez que viene sin dormir. No duerme y se pasa la noche pensando. Y piensa en el hotel, ¿se lo puede creer? (Enarca las cejas Irene) Que si hay que tener disponible té toda la noche. Que si hay que ser puntuales. Que si, que si… Y en cuanto al calor en una cama, sostiene que no hay nada mejor que pecho ajeno desde que lo probó en un hotel de Noting Hill, como la película esa de la Roberts. Yo no sé muy bien qué quiere decir con eso de que lo probó, ya me entiende (guiña el ojo izquierdo, Irene y puntualiza desvergonzada) pero eso es lo que él dice.
, afirma muy ruborizada Remedios, el caso es que en cuanto a eso no tengo nada que objetar… pero…
Sí, sí. Lo entiendo. Le asignamos a otra persona y, que la cama esté caliente mucho antes… pongamos a las once. ¿Lo prefiere así?
No, no. Rechaza categórica, Remedios. No es eso. Estoy contenta y quiero que siga haciéndolo la persona que lo ha estado haciendo hasta ahora. Me refiero a lo de la cama. Al calor. Ay… y se cubre ahora la cara Remedios porque todo, de repente, le parece un disparate.  Sería mejor que me fuese a Valencia. ¡Pero qué estoy haciendo aquí!, dice, en voz demasiado alta y demasiado rara.
Doña Remedios, no se preocupe. Entendido. No hay problema. El hotel y yo le pedimos disculpas. Todo seguirá como hasta ahora, por favor. La misma persona, la misma hora, ayer no pasó nada. Todo bien. ¿Es así?
Sí… imagino que sí. Ay, señor. Necesito un café.
Si es tan amable, doña Remedios, pase al Salón Filadelfia. Todo está dispuesto, la mesa de siempre y su desayuno habitual. Que pase un buen día.


Comentarios

Xibeliuss ha dicho que…
¡Servicio inglés de categoría!
Abrazos.