Que me disculpe la lectora de Villa Caleta. Es una joven muchacha que lee en un lugar nada común. En una villa cerca de un mar con reflejos de acero. Que me disculpe. Es todo tan poco común.
El perro, en primer plano, que no es de carne y hueso sino de escayola pintada. La villa que no es una villa romana al uso (no tiene tierras, ni siervos, ni vides), anclada en un promontorio rocoso se enseñorea como un faro. Pero no es un faro. Ni siquiera una vivienda permanente, pues es pequeña, menuda, y luce naranja y azul, casi festiva. La chica parece leer, repantingada en la silla de plástico, con los pies en alto para evitar que las lágrimas dulces se mezclen con el agua salada. Parece leer en ese lugar de lectura nada común. Pero no lee, sueña. Sueña y quiere y no quiere querer. De ahí su expresión de tristeza. Una tristeza joven, que quizás tenga arreglo y quizás no. Depende de si la rotura es profunda o sólo un rasguño.
En el fotograma siguiente, la muchacha toma entre sus manos el móvil y teclea con los pulgares con la rapidez de los nativos digitales. Está enviando un mensaje a una amiga para contarle lo que ha leído. No te quiero, me voy. O tal vez, estuvo bien pero no es por ti, ya lo sabes. O esto: En las cosas importantes es en lo que no estamos de acuerdo. Por eso no podemos estar juntos.
No lo sé, me lo invento. El atardecer cae sobre la playa como una maldición y hace un calor raro, lechoso, impropio de este octubre mediado. A lo mejor la hoja está plagada de símbolos, números y ecuaciones, y lo que quiere saber la chica es si su amiga o su amigo saben el resultado del problema 3, la segunda posibilidad después de que el camión A se encontrase con el camión B a 40 kilómetros del punto C. Para los deberes de mates del lunes. Quizás.
No lo sé, me lo invento. Villa Caleta es una pequeña choza que se rodea de mar y pescado del color de la plata. La chica sigue sentada. El mar se agita. Llega la noche.
Fotografía de María Antonia Moreno. En una isla.
El perro, en primer plano, que no es de carne y hueso sino de escayola pintada. La villa que no es una villa romana al uso (no tiene tierras, ni siervos, ni vides), anclada en un promontorio rocoso se enseñorea como un faro. Pero no es un faro. Ni siquiera una vivienda permanente, pues es pequeña, menuda, y luce naranja y azul, casi festiva. La chica parece leer, repantingada en la silla de plástico, con los pies en alto para evitar que las lágrimas dulces se mezclen con el agua salada. Parece leer en ese lugar de lectura nada común. Pero no lee, sueña. Sueña y quiere y no quiere querer. De ahí su expresión de tristeza. Una tristeza joven, que quizás tenga arreglo y quizás no. Depende de si la rotura es profunda o sólo un rasguño.
En el fotograma siguiente, la muchacha toma entre sus manos el móvil y teclea con los pulgares con la rapidez de los nativos digitales. Está enviando un mensaje a una amiga para contarle lo que ha leído. No te quiero, me voy. O tal vez, estuvo bien pero no es por ti, ya lo sabes. O esto: En las cosas importantes es en lo que no estamos de acuerdo. Por eso no podemos estar juntos.
No lo sé, me lo invento. El atardecer cae sobre la playa como una maldición y hace un calor raro, lechoso, impropio de este octubre mediado. A lo mejor la hoja está plagada de símbolos, números y ecuaciones, y lo que quiere saber la chica es si su amiga o su amigo saben el resultado del problema 3, la segunda posibilidad después de que el camión A se encontrase con el camión B a 40 kilómetros del punto C. Para los deberes de mates del lunes. Quizás.
No lo sé, me lo invento. Villa Caleta es una pequeña choza que se rodea de mar y pescado del color de la plata. La chica sigue sentada. El mar se agita. Llega la noche.
Fotografía de María Antonia Moreno. En una isla.
Comentarios
Besos con los pies colgando
Abrazos
Gran abrazo
Cecilia