Historias de avión


Hay un tiempo encerrado en el fuselaje de un avión. Un tiempo y un mundo que le da vida; un universo habitado por personas variopintas reunidas en un vuelo de siglas y números con destino a algún lugar conocido o ignoto.

La sobrecargo se presenta en español y en un inglés de andar por casa. El comandante de la nave hablará después, y nos dirá cómo es el clima en el punto de destino, además de desearnos un buen vuelo. Los azafatos nos contarán dónde está el chaleco salvavidas, cómo abrocharnos y desabrocharnos el cinturón y qué ocurrirá si la cabina sufre una despresurización, pero nadie les hará caso, porque nadie querrá pensar en esa contingencia. La técnica de esconder la cabeza en la arena no siempre funciona, pero es ampliamente practicada.

Un matrimonio de edad (qué significará esta expresión) transporta a un perrillo blanco, tipo caniche, en una bolsa de viaje para cánidos. El perrito no deja de gruñir, quejarse y emitir lastimeros ladridos. Ella, una señora de pelo teñido de peluquería y porte elegante, lo mece en sus piernas y le cuenta cosas; es como si le cantara a un niño o le contara un cuento para ir a dormir. Se puede ver la cabeza del perro girar de un lado a otro como una peonza. Está confundido. Este lugar no existe, parece pensar. Floto y no estoy preparado para eso. Estoy encerrado en una bolsa de tela con agujeros, casi como un burka. Hay demasiada gente sentada que parece no hacer nada, o que lee, o que dormita, o que escucha música, o que cotorrea, o que escribe cartas de amor y listas de la compra. No lo entiende, porque es un mundo artificial.

Un bebé rubio y sonrosado emite quejidos y gorjeos como un pajarillo en la rama. Observa entre las filas de asientos, que para él deben ser como un bosque encantado donde se esconde un monstruo. El padre y la madre se turnan para pasearlo por el pasillo del avión. Ríe, llora, parlotea y señala a una mujer que se ha quedado dormida, con la boca abierta y las gafas colgando de la nariz. No comprende por qué no puede salir afuera. No comprende el viaje, el sitio enorme y, sin embargo, incómodo, donde no hay plantas ni columpios y el perrito está encerrado. No comprende este mundo, porque no existe.

A mi derecha, una mujer en la treintena escribe en un cuaderno de hojas blancas. La letra es menuda y se inclina a la derecha, las líneas son rectas y seguras; no hay tachaduras ni vacilaciones al escribir. Mis ojos se posan en lo que ella escribe y aciertan a leer De estos días me llevo tus abrazos, tú y tu abrazo, me doy a ti… Aparto los ojos, avergonzada. Estoy espiando su intimidad. Y, sin embargo.

Cómo será ese hombre que la ha abrazado tanto. Cómo habrá sido la despedida, en el aeropuerto, besándose los dos, él abrigándola en sus brazos. O quizás se despidieron en el desayuno; él tenía que ir a trabajar, ella no quería que él la viera llorar. Tal vez volverán a verse pronto, en cuanto ella pueda tomar otro avión. O, aunque no lo saben todavía, esta es la última vez que se han visto, porque la vida, los inconvenientes y la mala suerte los separarán para siempre, de manera definitiva. Quizás él no resista la espera y corra a abrazarla cuando reciba esa carta; tomará el primer vuelo para encontrarse con ella y jamás la abandonará.

A mi izquierda un hombre en la treintena duerme profundamente, instalado en un limbo que le ha salvado de habitar este mundo de artificio, un mundo en vuelo en un tiempo en suspenso.

Antes de aterrizar, el avión se mueve con violencia. Lo llaman turbulencias pero yo me pregunto si no serán las pesadillas del hombre que duerme a mi lado, tan cerca y tan lejos, dos extraños sentados por el azar de la máquina de autochecking. Puede ser que los abrazos que la mujer de mi derecha dio a su pareja antes de partir se hayan encarnado en nubes que chocan entre sí y no se apartan, tan grande es su atracción. O los giros de la cabeza del perro, que de pronto y por sorpresa mueven al mundo, trayectorias de un planeta muy pequeño. O la risa del niño que hace estremecerse de gozo a la aeronave. El avión toma tierra, suenan los aplausos. El mundo recupera el color y la textura. El tiempo se dilata y se vuelve espeso mientras los pasajeros anhelamos que nuestros equipajes no se hayan embarcado rumbo a Singapur.

Si el sobrecargo hubiese hecho algo parecido a esto...

Comentarios

Xibeliuss ha dicho que…
Mª Antonia: tu instinto de escritora no descansa ni en los momentos más cotidianos. Has sacado oro de una rutina.
Un abrazo
María Antonia Moreno ha dicho que…
Gracias Xibeliuss... bueno, sólo intento sacarle un poco de chispa

Un abrazo
Sirena Varada ha dicho que…
Lo llaman turbulencias pero yo me pregunto si no serán tus ensoñaciones, tu mirada literaria sobre las cosas, casi incandescente, desde la altura, como un pájaro con alas rutilantes que batiera la costa.

¡Querida María Antonia, siempre volando tan alto...!


Un abrazo
María Antonia Moreno ha dicho que…
¡Sirena! Qué alegría. Has vuelto??? ¿Estás bien?
Espero que sí, que sigas acercándote a estas costas...

Gracias, un abrazo