Cuaderno de viaje. La Cueva de los verdes, 2 y fin


La muchacha tiene un nombre sonoro que recuerda al viento cuando se vuelve amable y es brisa: Itahisa. No tiene familia; la perdió entre los riscos de la vida y las manos de los asaltantes; de estos y de otros, pues todos se parecen cuando saltan a tierra gritando y blandiendo los machetes. Sabe lo que es sufrir y amar y reír sobre un promontorio celebrando la llegada de un nuevo día. Itahisa gusta de explorar las aguas del mar acechando estrellas de mar, erizos y peces. Itahisa está triste pero apenas lo advierte, porque se ha acostumbrado a la monotonía: atesorar alimento y útiles en la Cueva, cuidar de que la entrada no sea visible, otear el horizonte, correr, encogerse como un animalillo, vivir en medio de la oscuridad agudizando los sentidos para percibir olores y sonidos sospechosos. Luego, cuando en la superficie todo se calme, salir tímidamente y dejar que el sol tueste la piel que se ha vuelto blanquecina, empezar a acostumbrar los ojos a la luz, pescar, reír, nadar… pero siempre mirando al horizonte, siempre esperando la vuelta de un barco, que será el mismo u otro y que, tarde o temprano, arribará cargado de hombres distintos que sembrarán el paisaje de la misma destrucción.
Para Itahisa la Cueva es como un vientre materno; no en vano, algunas mujeres tienen a sus hijos en ella, en medio de una de tantas estancias forzosas. Entonces, el peligro es mayor, porque los recién nacidos lloran y gimotean y todo el grupo ha de desplazarse a una galería más profunda, de la que, si se diera el caso, les sería imposible escapar. En la Cueva no hace frío ni calor, y las manos ayudan a los ojos a descubrir aristas, volúmenes, lluvia pétrea y dulce, cavidades lisas y texturas rugosas. Han perfeccionado el sistema de vigilancia; ahora hacen guardia desde distintas atalayas naturales y cada día un explorador se arriesga y sube a la superficie. Pero es un sistema que falla, porque esos hombres desembarcan en distintas partes de la isla a la vez y es casi imposible dar la voz de alama. Por eso, Itahisa ha aprendido a sobrevivir en sobresalto continuo y no sabe si lo que siente es miedo, zozobra o pena.
Pero hoy, ha conseguido llegar a la abertura y esconderse en la Cueva sin poner en peligro a los demás. Su corazón late un poco menos deprisa y alguien la llama. Se levanta y va hacia la voz. Son los demás, que se aprestan a comer pescado en salazón y un poco de agua que mana de la roca: han de reponer fuerzas y prepararse para una larga espera. La Cueva les protege; en ella se amarán y temerán por ellos y por sus hijos, hablarán en susurros, entonarán canciones que aprendieron del viento, algunos se pondrán enfermos y sanarán, otros no tendrán suerte... y todos soñarán con el azul, el violeta, y la luz.

Fotos de Mª. Antonia Moreno.

Este texto está inspirado en una de tantas leyendas que rodean a La Cueva de los verdes. Sin embargo, está documentado que en largos periodos de tiempo los isleños vivieron en ella, escondidos de los piratas que desembarcaban en la isla para capturarlos como esclavos.

Comentarios

Xibeliuss ha dicho que…
Preciosa leyenda, pero... ¡qué vida más triste, un paraíso al alcance de la mano y tener que permanecer escondisos, siempre el miedo!
Abrazos
María Antonia Moreno ha dicho que…
sí, cuando la visité tuve esa impresión de tristeza

Un abrazo