Late un corazón en la sima. Cabriolea y salta, joven corazón que se refugia en el pecho, al igual que su dueña en la Cueva. Afuera quedaron el viento y la nao acercándose a la línea de la costa. Todos los demás desaparecieron sin esperarla; cuando la vida propia está en juego no hay tiempo para jugarse nada más.
Desde su escondrijo no los ve, pero sabe que están ahí, agazapados entre las rocas, conteniendo la respiración, las pupilas brillando en medio de la oscuridad. Hay un silencio opresivo que, de cuando en cuando, rompe un hilo de lluvia. Tiene miedo pero ni siquiera lo sabe; se ha acostumbrado a estas rutinas de asaltos y huidas; lo normal es correr y ocultarse, esconderse y esperar que haya suerte.
Estos hombres tenían un aspecto temible; pero apenas se rezagó para observarlos unos instantes pues ya conoce sus rostros y sus ademanes: brutales, fieros y falsarios. Siempre sucede así cuando los piratas participan en una cacería.
Los piratas. Los malditos piratas que, sable en mano, desembarcan en su adorada isla y saquean, y roban. Sin embargo, en estos parajes áridos hay poco que desvalijar. Llueve escasamente. Casi no hay vegetación. La tierra palpita de una manera secreta, caliente, amenazadora. Los atardeceres son baños gloriosos de la bola amarilla en el mar azul y violeta. La luz hace reverberar los colores y el aire silba mil canciones distintas. Cuando hace mucho calor, las montañas parecen disolverse y volverse más lejanas. Las nubes viajan rápida y gozosamente, adoptando formas raras, caprichosas. Hay algunos animales pequeños de los que ella y los otros habitantes de la isla aprenden. Aprenden a agazaparse en cualquier hendidura, en hacerse invisibles a los ojos humanos en una suerte de camaleónica mutación. En esta naturaleza de apariencia desolada hay poco que llevarse. No se puede robar el color del cielo, ni encerrar el viento con olor a sal en las bodegas de un barco. Los piratas aún no han encontrado esas plantas de raíces profundas con un tesoro de agua. Es por eso que roban vidas libres para encerrarlas en jaulas y llevárselas muy lejos, hacia un destino desconocido y horrible.
Foto de María Antonia Moreno
Comentarios
Abrazos
Abrazos subterráneos
alicia, no sé si ese verde salió del flash de mi cámara!
Isabel, espero que te guste el final...
Un abrazo, amigos