¿Me llevas?, 9

La historia viene de aquí

A pesar de las intenciones (o gracias a ellas) los siguientes días pasaron sin pena ni gloria. A mí, jovenzuelo nostálgico que rezumaba dolor por la herida aún abierta del amor a un bando, me parecía que los paseos por las playas a la puesta de sol, las horas de la siesta en la pensión cuando el calor apretaba y las cervezas en los bares del paseo marítimo eran memorables. Merodeaba horas en el puerto hasta que un pescador se apiadaba de mí y me invitaba a desayunar (un café largo y un increíble bollo borracho) o me daba unos cuantos escudos que guardaba para gastármelos en cerveza a cambio de un poco de ayuda y de un poco de conversación. Por la tarde dormía, al atardecer paseaba y por la noche bebía hasta emborracharme (nada difícil con el estómago casi vacío) mientras llenaba al corazón de sentimientos masoquistas. No sé si en aquel entonces escuché un fado, ni siquiera si sabía qué era, pero últimamente me ha dado por ahí y tengo todos los discos de Mariza. Esta, esta canción es la adecuada al recuerdo.


Creía entonces ser como uno de esos marineros de novela o de cómic (un Corto Maltés increíblemente guapo, seductor y solitario), un tipo enigmático e impenetrable y ensayaba ante el espejo un rictus de estudiado desprecio que (me figuro ahora) me dotaba de la pinta exacta que tenía; esto es, un joven muchacho desamparado y confuso. Inesperadamente, me encontré con que en tres días tenía que regresar a la base, que me había pateado Lagos de arriba abajo, de derecha y del revés, que había caminado por las calas y me había asomado a los acantilados para contemplar las caprichosas formas de Ponta da Piedade y, que los camareros me servían sin preguntar, nada más aparecer por la puerta.

Esa mañana, después de conseguir café con leche y un trozo de bizcocho de chocolate (qué maravilla de dulces portugueses), regresé a Casa Pereira, me di una ducha rápida en el baño del pasillo, hice el petate apresuradamente y me despedí de la patrona con un breve y huidizo abrazo. Me aposté en la gasolinera de las afueras a las 12 y extendí el brazo con el dedo en esa postura internacionalmente conocida de ¿me llevas? A eso de las 14 h, un Ford Fiesta rojo se detuvo.

-¿Adónde vas?, me preguntó una voz femenina a través de la ventanilla bajada (en aquel entonces no había aire acondicionado en los coches. Así que, ventanillas abajo, y el casete a tope para distraer el pensamiento del calor. Scorpions, Pet Shop Boys, La Unión, Juan Perro, Alaska y Dinarama, El Último de la Fila… Lo habitual).

-Lejos de aquí, contesté admirando una mata de rizos oscuros y unos ojos negros.

-Entonces me pilla de camino. Y tras una carcajada que parecía una cascada de agua, se bajó del coche para abrir el maletero y que yo pudiese meter el petate.Esa fue la segunda mujer de la que me enamoré.

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*Foto de Mª. Antonia Moreno. Ponta da Piedade, en Lagos.

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