Mujer de armas tomar, 10 y fin

Todo llega y todo pasa, ya lo dijo Manrique; y así un jueves cualquiera, un jueves de mercado que pudiera haber pasado inadvertido, llegó. Se salvó éste de ser un día anónimo y anodino por un pequeño detalle. Sí. La carta de la Dirección General del Banco llegó a la pequeña oficina dirigida por don Andrés.
Don Andrés la vio nada más entrar en su despacho, bien colocadita encima del montón de sobres y comunicados que abarrotaban, como cada mañana, la bandeja de correo. De inmediato, comenzaron a sudarle las manos y lo vio todo rojo. Cerró la puerta, bajó las persianas, se sentó en su silla de director calibrando si sería esta la última vez, se pasó los dedos por entre el cuello de la camisa y notó una especie de soga imaginaria, y lanzó un ruidoso suspiro al universo. En las manos tenía todo su futuro, la nada o el todo. Era preferible el todo, aunque viniese armado de daños colaterales e insidiosos. Pero ya no estaba en sus manos, todo lo había puesto en las de don X cuando habló, irreflexiva e impetuosamente, muy de acuerdo con su temperamento sanguíneo y espontáneo, nada de acuerdo con la diplomacia y la parsimonia de la que debe hacer gala un directivo. Nadar entre dos aguas era una arte que don Andrés no dominaba, pero que simulaba dominar. Lástima que la simulación se fuese a pique con la llamada telefónica. Ya era tarde para lamentaciones, tardísimo, cavilaba mientras veía a Juan llegar a la oficina con la misma cara de bonachón que siempre. Feliz tú en tu ignorancia, Juanillo.
Cerró los ojos y vio pasar ante él, como dicen que les ocurre a los moribundos y a los que se encuentran en la mesa de operaciones ante una intervención gravísima, la película de su vida. Una película en minúsculas, cierto, brevísimos instantes de felicidad casera y pequeña, pero que juntos, uno encima de otro, eran tan importantes como el acueducto de Segovia o la Catedral Nueva de Salamanca. Una lectura de verano, bajo los robles, en su finquita. Un paseo con su perro, en plena noche, cuando todos duermen. Una cerveza fría, en la terraza de un bar una tarde de verano. Una partida de cartas con los amigos. Una charla y un par de chistes bien contados. Una broma y un cielo azul. Detalles.
Don Andrés decide abrir la carta y leer. Al principio, no entiende nada. Nothing. Rien. Cierra los ojos y la carta. Cabecea. Abre los ojos. Abre el folio, doblado en cuatro, como las cuatro esquinitas de la cuna del niño Jesús, no me desampares dulce compañía. Se balancea dos veces. Se levanta. Se sienta. Se vuelve a levantar. Se lleva la mano a la boca para sofocar una risa. Los ojos se le llenan de chispas, estrellas de regocijo. Nada. Rien. Nothing.
Don Andrés abre la puerta de la oficina de golpe y llama a voces (recuperado de golpe su estentóreo tono de voz) a Juan. Ven aquí, zagal, ven que te voy a dar las del pulpo y las del mejillón, anda, ven.
Juan entra, apocado y tímido. Ya se veía venir él algo gordo.
Sentados uno enfrente del otro, don Andrés va narrando al otro todo, punto a punto, notas a pie de página incluidas. Y concluye: nos hemos librado por los pelos, Juanillo. Y una cosa te digo. Más bien una advertencia: a la próxima te la corto. O, en su defecto, pues aún no eres padre, te corto el cuello. ¿Estamos?
Juanillo estuvo y convino.
Epílogo
Don Andrés, andando el tiempo, le presentó a Juanillo a una sobrina de Zaragoza, Mari Pili. Se enamoraron, se dieron la mano, comieron pipas, se casaron y tuvieron un par de muchachillos. Andando el tiempo, don Andrés se jubiló y se marchó a su pueblo natal, a su finquita y a sus paseos nocturnos llenos de canciones y de estrellas.
Para P., porque siempre es un gusto escucharle y aprender.

Comentarios

Xibeliuss ha dicho que…
¡Fantástico final! Me ha encantado. Y el epílogo, de nota.
Me has hecho empezar el dia con una sonrisa.
Un abrazo
María Antonia Moreno ha dicho que…
Gracias Xibeliuss. Te deseo que la sonrisa te acompañe todo el día.
Abrazos
Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Así que al final el Director General del Banco también hizo gala de tener su corazoncito. Me alegro por D. Andrés y por el bueno de Juanillo y porque a los demás aún nos puede quedar la esperanza de que el banco cuente con algún corazón.
Me ha gustado mucho esta serie, mª antonia, que nos devuelve la fe en la humanidad. Un abrazo.