Mujer de armas tomar, 8

Todo ocurrió muy deprisa y, sin embargo, muy lento. Marcar el número de la Dirección General en Madrid; preguntar por un nombre a la secretaria, ponerse serio, no dejarla hablar y esperar, impaciente, retorciendo el cable del teléfono y girando la silla de ruedas a derecha e izquierda, como un maremoto o la noria de las ferias.
Al final, la voz de un hombre al otro lado y don Andrés, enfadado no. Iracundo.
-¿A usted le parece justo? ¿Le parece bien que el banco exprima a un buen empleado y a la mínima, al mínimo tropezón, le corte la cabeza?
-Veo que no le parece justo, sí. ¿Me puede explicar el por qué?
-¿Que por qué? Por que no he visto a nadie de la Dirección General aquí, en esta oficina. No he visto a nadie venir y felicitarme por los resultados. Indagar por los empleados, saber si están bien, si hacen el trabajo de uno o de veinte. ¡No! ¡Eso no! Y ahora, el dinero. Pero, ¿me quiere decir qué son cien mil pesetas para un banco como éste? ¡No me haga reír!
-Parece que no está usted muy conforme con la política del banco...
-¿La política, dice? Pues mire, ¡no!
-Tal vez debería sopesar...
-¿Sopesar? ¿Mis veinte años de trabajo? ¿Las horas que he perdido, dejándome la piel? ¿Es que mi criterio no sirve de nada? ¿Para qué existe el bendito departamento de ganancias y pérdidas? ¿Por qué pérdidas? Yo no veo aquí ninguna pérdida. Sólo ganar y ganar. Y si hay una pérdida de unas pesetuelas, una calderilla para un banco como éste, que pague el empleado. Y encima, le ponemos una falta... venga ya, hombre!
-Entonces, me dice que tampoco está de acuerdo con la inclusión en el expediente del empleado de este detalle, que ha sido grave...
-¿Detalle, dice? Detalle es no tener ni una tarde libre. Levantarse cuando sale el sol. Ir a la caza de clientes como quien recoge uvas. ¡Qué desfachatez!
-Mire, vamos a hacer una cosa...
-¿Qué cosa? Maldita la cosa que quiere usted hacer. ¡Es que no me entra en la cabeza!
-¡Silencio! ¿Sabe usted con quién está hablando? ¿Sabe quién soy yo?(Silencio absoluto al otro lado de la línea. Don Andrés ni respira). Sí, soy el mismísimo don X. Y, le voy a decir sólamente dos cosas, dos cositas de nada que las digo y las hago, ¿de acuerdo? : una, el empleado tendrá que pagar y tendrá la falta en el expediente y dos, usted tendría que sopesar, sopesar he dicho, que le quede claro, si quiere seguir trabajando con nosotros ya que parece no entender ni seguir la política del banco. Tendrá noticias mías, no lo dude.
Don Andrés colgó lentamente el teléfono.

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