Así que ahí estaba Juanillo, Juan, viviendo en el limbo de los inocentes, sin tener ni idea meridiana de lo que estaba ocurriendo y ahí tenemos a don Andrés, preocupado, sin poder dormir, ni casi comer que lo miraba de reojo y dudaba de si hacerle partícipe de sus cuitas. Déjalo, déjalo. Que como no me hagan caso los de la Dirección General, nos vamos a enterar. Él y yo.
Si acaso, Juan estaba un poco meditabundo pues la morena no daba señales, ni de vida, ni de revuelo de faldas, y él, que está un poco verde en esto del amor (o llámalo X) se siente inseguro, angustiado, el cuello de la camisa le baila y por las noches silba la banda sonora de Dos hombres y un destino mientras en el rostro se le marca una sonrisa boba y fatal a un tiempo.
Pasaron dos o tres días como barquichuelas en un mar de zozobras. Don Andrés, sumido en un oceáno de temores. Juanillo, en un charquito de inseguridad.
Y llegó una nueva carta. De la Dirección General.
Resumiendo, de lo propuesto por don Andrés, nada de nada, rien de rien, nothing. Y que ya estábamos, ¿dónde estaban él y sus responsabilidades? Etcétera, etcétera, etcétera. Las pelas eran las pelas y ahí no había más hueco para zarandajas ni monsergas. El empleado don Juan Alonso Marcial del Monte tenía que pagar, rápido y sin protestas. Y en el expediente constaría esta falta de atención en el trabajo. Y nada de irse de rositas ni pensar que el disloque no le afectaría a él, a don Andrés. Ya hablarían con más calma. Que un banco es un negocio y no una hermanita de la caridad.
Don Andrés montó en cólera y cogió el teléfono.
Comentarios
Abrazos.
Un abrazo, Xibeliuss