Amistad entre poetas, 2 y fin

Y un día, la enlacé por la cintura y me miré en sus ojos. Entonces la besé y la quise mía para siempre. Pero es muy niña, renegona y quejumbrosa. Regañamos. Estábamos en la huerta, de pie, airados y extraños junto al limonero amargo. Un día, era mi novia y, al otro, ya no. Creí olvidarla, pero… lléname la copa que no sé que tengo. Si no he de verla más, esta pena me ha de consumir por entero.

Han bebido demasiado y aún es pronto, apenas la mañana se deja ver tras los cristales. Hay un rumor de chiquillería aprestándose a bajar las escaleras para ir al colegio y a Pablo se le vienen a los ojos lágrimas del mar que dejó atrás, porque su niña Malva Marina seguirá en cama, sin correr, sin jugar, sin hacer trastadas, ni golpear la balaustrada con la cartera.

La mano de Pablo descansa ahora en el hombro de Miguel. No desesperes amigo. ¿Cuándo se ha visto que un hombre hecho de barro y poesía se conforme? ¿No me hablaste del padre, no me dijiste que es honrado a carta cabal y que no parecía lamentar tus amores con Josefina? Escríbele interesándote, pide perdón, da cuenta de tus sentimientos, indaga las circunstancias; si ella aún piensa en ti, si no te ha olvidado. Y basta ya de beber, que he de abrir el despacho. ¿Qué pensarán de mí los compatriotas, del cónsul chileno que ya está bebido a estas horas? Aunque sea de este buen vino que abre el alma a lo bueno que ha de venir, mi querido Miguel. Anda, ven aquí y venga un abrazo. Valor.

Se abrazan en medio de la salita que hace de despacho de Pablo. Se abre la puerta y Delia pregunta, ¿queréis un poco de café? La luz de la mañana se cuela con desvergüenza e ilumina los libros, los escritos, las máscaras pintadas, las caracolas, las botellas, los amigos… y la pinta de vino tinto que como un mar interior descansa sereno en el fondo de la jarra transparente.



Miguel y Josefina. Tomada de Habla Sonia Luz

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