Sobre Marta. De saberte, 3

Desde esa tarde no dejo de pensar si es eso, si es que tú también amas a otro, y esto parece uno de esos juegos que parecen no tener fin, a mí me quieren pero no quiero, yo quiero pero no me quieren. O un maldito bolero de esos que escucha mi padre. Mi padre.
La locura que cometí fue rescatar tu dirección, la antigua. Durante el tiempo en que me escribiste postales no contesté nunca, no supe qué decirte, casi como ahora, no podía hablarte del número de polvos al mes, entonces qué, no sé si puedo hablarte de esto que siento y que aún no me atrevo a ponerle nombre, Marta.
Rescaté tu dirección de entre un montón de papeles antiguos, la dirección de la casa de tus padres. Y te mandé una carta, apenas unas líneas, en las que te explicaba que me acordaba de ti, que quería verte, que por donde andabas. Y esperé. Esperé que el reencuentro fuera un polvo de esos de cortesía, por los viejos tiempos, vamos a pasarlo bien, qué bonito fue aquello. Y después gloria.
Viniste una mañana de sol y cielo insoportablemente azul. Mi padre resolvía crucigramas en la sala y yo estaba en la cama, recuperándome de otro fin de semana con la tía de turno, y entonces tocaste el timbre y mi padre te abrió y, al escuchar tu voz, fue como si no te hubieras marchado nunca y estuviésemos bajo la farola, solos tú y yo. Y como si algo doliera mucho. Y sentí añoranza de ti y de tu boca y de tantos años perdidos. Te noté cambiada, sin embargo. En algo importante, algo que no acerté a adivinar. Estabas muy delgada, parecías una niña con ojos de mujer muy vieja y llevabas colgado un reloj de sol que deseé morder y muchas noches anhelé arrancarte, pero tú no me dejaste nunca. Más tarde te descubrí una cicatriz nueva que era vieja para ti, y te pregunté, pero no quisiste aclararme si habías tenido un hijo, ni quisiste hablar del misterio del reloj de sol y no me dejaste arrebatarte el secreto.
Después, ya lo sabes, porque estuvimos juntos, exactamente, veintidós meses. O no. Porque yo sólo sé de mi deseo, de mi anhelo, de esto que siento, Marta. Y de la certeza de que fui, que soy, un pobre desgraciado.
No me necesitabas, tú no me llamaste, ni en uno, ni en dos, ni en diez. Viajamos, paseamos, hicimos el amor, volví a calcular el volumen exacto de tus pechos, un poco más pequeño el izquierdo, pero ahora los dos más grandes. Te olí y era como entonces, pero no era igual, porque yo no era el mismo y tú, Marta, tampoco. Y viajamos, y aquellos viajes eran para mí como dulces raptos de la princesa triste, sólo quería amarte a puerta cerrada, el mar me importaba un bledo, la catedral no me interesaba, no quería comprar regalos, ni mandar postales, qué demonios se me había perdido a mí en el paseo marítimo si contigo tenía el sol y el mar y tu olor, Marta. Y tú te escapabas, como la princesa triste, te ibas aprovechando que me quedaba dormido después de admirar el vaivén de tus pechos, y te ibas y yo despertaba de pronto porque tu olor había abandonado la habitación. Y aguardaba en la ventana, espiando la calle, transido de dolor, con unos celos insoportables, Marta, con unos celos que me mataban, que me hacían sentir un pobre hombre, quién creía que era yo para tenerte a ti, al mar, al sol, tu olor. Y cuando más desesperado estaba, sin previo aviso, como la luna de junio grande y redonda, aparecías sonriendo y con sonrojo en las mejillas, y yo dominaba mis celos, porque no quería que te fueras, y sin poder evitarlo, te acribillaba a preguntas, sin permitirte un respiro, ni uno, y dónde has estado, por ahí, y qué has hecho, escribir unas postales, y qué has visto, una calle, y con quién has hablado, con nadie, bueno sí, con el camarero en un café, y qué has tomado, y qué, y qué, y qué…

El Mediterráneo, bajo un cielo insoportablemente azul...

Comentarios

Xibeliuss ha dicho que…
¿Qué es lo que hace volver a Marta?. No parece amor... ¿Docencia? ¿Ajustar cuentas con el pasado?
Un saludo, Mª Antonia