Y no fue tuya la culpa, no, pero me pregunto si acaso no hubiese sido necesario que trajeses un contrato con una cláusula de no encariñamiento, una advertencia, algo que se detectara en tu boca, en tus labios, los labios de una mujer preciosa, aunque no seas la mujer más linda que yo haya visto, Marta.
Nunca te conté que el día que te presentaste en casa y te recibió Jaime, los dos riendo, él pavoneándose, tú nerviosa y la mujer casi más hermosa que yo había visto nunca, se me vino al corazón el verso de Hierro: Abre tus ojos verdes Marta, que quiero oír el mar, por eso (por eso y por tantas cosas) he huido de casa y estoy aquí, porque allí ya no escucho el mar, sólo un silencio de erial seco que me da miedo, Marta.
Tal vez fue porque pensé que podía tener el último pedazo de alegría y mira, no me confundí del todo, lo tuve, simplemente, ya se terminó. El último pedazo. El último año. Marta.
Nunca te conté que el día que te presentaste en casa y te recibió Jaime, los dos riendo, él pavoneándose, tú nerviosa y la mujer casi más hermosa que yo había visto nunca, se me vino al corazón el verso de Hierro: Abre tus ojos verdes Marta, que quiero oír el mar, por eso (por eso y por tantas cosas) he huido de casa y estoy aquí, porque allí ya no escucho el mar, sólo un silencio de erial seco que me da miedo, Marta.
Tal vez fue porque pensé que podía tener el último pedazo de alegría y mira, no me confundí del todo, lo tuve, simplemente, ya se terminó. El último pedazo. El último año. Marta.
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Un abrazo