Es una mujer de melena corta y ojos negros de perdición. El flequillo le cercena la frente y le da un aspecto irreal, de personaje de cómic. Está en un bar trasegando Heinekeen, como si respirar fuera empaparse en alcohol. Nadie la conoce y nadie sabe quién la ha invitado a este recital de poesía, siendo como es un acto privado e íntimo, tan íntimo que los dueños han cerrado el local. En un momento dado, la mujer saca una pitillera dorada de su bolso y enciende un cigarrillo negro y largo que huele a clorofila quemada, mientras, se recuesta en la barra, indolente.
En el improvisado escenario un hombre lee un texto sobre el ser y el no ser, y el público intenta aplaudir sin éxito. La mujer se aburre y les da la espalda. Ahora ya nadie presta atención a los lectores y da pena ver a una jovencita desgranar sus versos juveniles con aroma a acné y a desengaño amoroso. El camarero limpia las mesas y retira los vasos sucios sin quitarle la vista de encima a la mujer aburrida que, cada vez de una forma más intensa y sobrecogedora, parece haberse escapado de entre las páginas finales de un Manga.
A estas alturas la noche ya no es joven si es que lo ha sido alguna vez y el bar comienza a desprender un aroma de sudor y tristeza viejos, algo que se mezcla entre los lectores y los oyentes, y en las ropas negras de la mujer de tebeo americano. Lleva la mirada enmarcada en humo negro y un gesto de mohín que parece despreciar el entorno, demasiado soso para sus ojos, su Heinekeen verde y su pitillera de oro repleta de cigarrillos negros.
De pronto la puerta del bar se abre y entra un hombre moreno, alto, de constitución atlética, con los ojos marrones y el pelo corto, ondulado. Va vestido de azul y rojo y lleva una divertida capa con la que se abriga, pues la noche está fría.
Con la cabeza hace un gesto y la mujer de la barra va hacia su encuentro con un despampanante meneo de caderas. Se miran, cuanto has tardado, qué pereza más grande… le dice ella. Él sonríe y le acaricia el pómulo afilado. Nena… asuntos… ¿vamos?
Sólo la jovencita alcanza a leer la gran S de la camiseta azul que viste el hombre y, un instante después, la puerta se cierra y es como si no hubieran existido nunca.
Ponen música en el bar.
En el improvisado escenario un hombre lee un texto sobre el ser y el no ser, y el público intenta aplaudir sin éxito. La mujer se aburre y les da la espalda. Ahora ya nadie presta atención a los lectores y da pena ver a una jovencita desgranar sus versos juveniles con aroma a acné y a desengaño amoroso. El camarero limpia las mesas y retira los vasos sucios sin quitarle la vista de encima a la mujer aburrida que, cada vez de una forma más intensa y sobrecogedora, parece haberse escapado de entre las páginas finales de un Manga.
A estas alturas la noche ya no es joven si es que lo ha sido alguna vez y el bar comienza a desprender un aroma de sudor y tristeza viejos, algo que se mezcla entre los lectores y los oyentes, y en las ropas negras de la mujer de tebeo americano. Lleva la mirada enmarcada en humo negro y un gesto de mohín que parece despreciar el entorno, demasiado soso para sus ojos, su Heinekeen verde y su pitillera de oro repleta de cigarrillos negros.
De pronto la puerta del bar se abre y entra un hombre moreno, alto, de constitución atlética, con los ojos marrones y el pelo corto, ondulado. Va vestido de azul y rojo y lleva una divertida capa con la que se abriga, pues la noche está fría.
Con la cabeza hace un gesto y la mujer de la barra va hacia su encuentro con un despampanante meneo de caderas. Se miran, cuanto has tardado, qué pereza más grande… le dice ella. Él sonríe y le acaricia el pómulo afilado. Nena… asuntos… ¿vamos?
Sólo la jovencita alcanza a leer la gran S de la camiseta azul que viste el hombre y, un instante después, la puerta se cierra y es como si no hubieran existido nunca.
Ponen música en el bar.
Comentarios
Nos vemos en la próxima viñeta
Saludos.
me ha gustado el relato, sobre todo por el final. De tebeo. Muy bien.
Saludos
Un abrazo
Un beso
Saludos
Un saludo
Un beso y gracias, de nuevo
El humo negro me mató.El acné de la joven, un hallazgo bien puesto.
Sentí una estructura fuerte en el cuento, bien pensada y el escritor
que describe lo patético devenido en humor.
el cuento huele, despabila el vuayerismo, entraña misterio tranquilo y desopilante el final.
Me reí mucho.
!Vamos Ma. Antonia todavía¡